El primer Sajalín de 2023 brinda al lector varios reencuentros dichosos. Porque de la mano de un viejo conocido, Donal Ryan, y este Flores extrañas nos permite volver a esa Irlanda rural cada vez más fabulosa, casi contra natura hoy, con su tiempo detenido y juicioso. Una hermosa novela que reflexiona sobre las diversas formas de amor, el sufrimiento y vacío que conllevan la pérdida, o el regreso a casa. Y la posibilidad de, sino la redención, sí al menos una segunda oportunidad.
«Leave me on the road to Nenagh/ Where the rippling Shannon calls/ And the Arra Mountains join the Silvermines/ I’ll be happy too in Cahir/ Where the Galtee shadows fall/ I’m at home in any Tipperary town». («Any Tipperary Town», Daniel O’Donnell, Irish Collection)
Considerada la mejor novela del 2020 en los Irish Book Awards, Flores extrañas arranca con un misterio que se resuelve… para multiplicar las preguntas que demandan respuesta. Estamos en un pequeño villorrio del condado de Tipperary, en los primeros años de la década de los 70. Allí conocemos al matrimonio Gladney, Paddy y Kit, granjeros arrendatarios, cuya beatífica, parsimoniosa existencia, se ve brutalmente sacudida por la desaparición de su única hija, Moll. Muy pronto sabemos que, en realidad, fue una huida, ya que la taciturna adolescente cogió un autobús a Nenagh y luego el tren a Dublín.
La ausencia de Moll se extiende en un periplo de conjeturas, habladurías y silencios… que durará un doloroso lustro para sus padres. Hasta que, de forma tan repentina como su marcha, reaparece en la casa familiar. No será la única sorpresa, ya que apenas regresada Moll, un extranjero inglés llamado Alexander, negro para más inri —aumentando el shock y las especulaciones—, aparecerá en el pueblo vecino asegurando tener no sólo una relación, sino también un hijo, Joshua, con la «hija pródiga» de los Gladney. Ni que decir tiene que nada volverá a ser lo mismo para los otrora bucólicos agricultores.
Podría decirse que el planteamiento de Flores extrañas bordea el thriller. No obstante, y muy inteligentemente, Donal Ryan subvierte la clásica premisa para hablarnos de lo que realmente le interesa. Sin destripar más, no es que renuncie a ir atando los cabos sueltos a medida que la narración avanza. Simplemente es la argucia argumental, no el foco de la novela, decidida a adentrarse en terrenos más procelosos. Nada menos que, a través del devenir de sus personajes, inquirir sobre la naturaleza del amor y su búsqueda en un mundo cambiante, aunque parece que a menor velocidad en esa región, mítica y queda, de la «Isla Esmeralda».
De hecho, esa combinación entre esa Irlanda pretérita —¿quizás la de su infancia o juventud?— y los quehaceres y sucesos que comportan el paso de los años, afectando decisivamente a los personajes, conforman buena parte de lo que hace especial a Flores extrañas. Secretos, chismorreos, estigmas, atávicas santurronerías y obvios comportamientos racistas —que Ryan disipa, creo, de forma algo pueril—, junto a estrictas servitudes de clase, conviven en falaz rutina que se confunde con harmonía. Mientras, el mundo ahí fuera no deja de transformarse, subvirtiendo convenciones y el statu quo. También respecto a los afectos.
Aunque diría que Donal Ryan dista mucho de hacer crónica social en Flores extrañas. Más bien perfila tenuemente el trasfondo donde acontecen las tribulaciones, tristemente inconfesables y muy distintas entre sí, que provocan angustia, desesperación… Y, a veces también, esperanza. Dividiendo la obra en cinco grandes capítulos, en los que el narrador omnisciente va gravitando por los personajes, Ryan modela una suerte de variopinto «fresco del amor». El del estoicismo inquebrantable, pese al daño producido por la ausencia, física y de explicaciones, de Paddy y Kit. El clandestino de Moll. La amistad de Alexander con Paddy, consuelo ante una devoción no correspondida. O el enamoramiento, fatuo y algo difuso, de Joshua.
Dicha estructura, siguiendo y modulando la narración mediante los distintos protagonistas resulta sugerente, pero funciona de forma desigual. Y es que, a mi juicio, el bloque «Cantar de los cantares», donde Josh adquiere preeminencia, resulta bastante farragoso. No estoy seguro que Ryan logre mostrarnos el vínculo con su padre Alexander —tampoco del todo plausible—, por ende no justificando el poético tormento que el joven padece. En cambio, las mujeres de la novela —sin olvidarme de Paddy o la secundaria clave Ellen Jackman— son creaciones espléndidas, rotundas. Y «Revelación», el cierre, es particularmente sabio y mágico.
Además, la prosa de Donal Ryan es particularmente bella en Flores extrañas, belleza perfectamente trasladada por la traducción de Ana Crespo. Rica sin caer en la floritura o el regodeo al describir el glauco paisaje. Meditabunda sin ceder al sopor de una excesiva languidez. Superando los evidentes riesgos de convertirse en un relato sentimentaloide o «en sepia». Capaz de adentrarse por bosques y senderos para servir de marco pastoril donde la vida transcurre en toda su gracia y pesar. Y, de este modo, calando en el lector.
Entradas recientes
- ¡Shazam! La furia de los dioses 2023-03-20
- OMD, La Riviera, Madrid (16/03/23) 2023-03-17
- Alison Goldfrapp anuncia su primer álbum en solitario 2023-03-16
- Eres tú 2023-03-16
- Araña, Jon Bilbao (Impedimenta, 2023) 2023-03-16