Me quedaba otra lectura irlandesa publicada en los estertores del olvidable 2020, y nada menos que cortesía de mi querida Sajalín. Se trata de Un año en la vida de Johnsey Cunliffe, reencuentro con Donal Ryan y los escenarios y personajes de su estupenda Corazón giratorio. Un relato apesadumbrado sobre una sociedad rural contemporánea sumida en la encrucijada de abrazar la especuladora «modernidad» hipercapitalista ante el riesgo de desaparecer a través de un personaje central con hechuras de clásico. El héroe imposible en la era del «Tigre Celta».

Así es. Donal Ryan nos introduce en la vida, mes a mes durante un año crucial, de Johnsey Cunliffe. Un joven harto particular, no precisamente lúcido, temeroso y solitario. Acosado fuera y dentro del instituto. Con el único refugio del hogar y sus padres, honestos y dignos granjeros. Hasta que ambos fallecen, dejándole huérfano, desamparado… y presionado. Porque los terrenos del predio familiar son recalificados, convirtiéndose en la codiciadísima e indispensable pieza del enésimo gran plan inmobiliario que ha de traer puestos de trabajo y prosperidad para el deprimido pueblo como por arte de magia. Buitres hay en todos lados…   

Porque Un año en la vida de Johnsey Cunliffe Donal Ryan nos muestra todas las aristas del «pelotazo». Nos habla de autoridades distantes y pasivas. De empresarios locales ahora amables, luego mafiosamente amenazantes. También de amigos de los Cunliffe, cegados por el fulgor de su posible «trozo del pastel». O de ex compañeros de pupitre —liderados por el iracundo Eugene Penrose—, eternamente en el paro, dispuestos a traducir su frustración y aburrimiento en violencia contra quienes osan obstaculizar el supuesto progreso económico. Aunque esta «barrera» sea tan solo un pobre diablo incapaz de afrontar la pérdida de sus progenitores y vender los terrenos. 

Además del retrato social de esa amarga Irlanda, acerado sin caer jamás en lo discursivo, lo interesante de la novela reside en el propio Cunliffe, una notable aunque arriesgada creación literaria. Ryan ha construido un protagonista paralizado, un trasunto del Bartleby de Melville sin cinismo o excesiva sensiblería. Un ser humano frágil, absolutamente quebradizo, desbordado por los problemas y situaciones que se le plantean. De hecho, apenas los comprende. No posee ni los conocimientos, ni las herramientas, ni la ayuda para lidiar con tantos frentes abiertos. El mundo fuera de la granja es cruel, vertiginoso e incomprensible para él. 

¿Puede funcionar una novela conducida por un personaje cobarde y acongajado? La respuesta es un sí rotundo, aunque la apuesta es peliaguda y, en algún momento, Johnsey Cunliffe pueda incluso resultar soso, irritante en su perenne bloqueo, o el ritmo narrativo sea algo parsimonioso. Pero la empatía, acompañada de una sensación de profunda tristeza ante la injusticia, las envidias y la mezquindad del pueblo no abandona nunca al lector. En ese sentido, a uno le recuerda a Aires nuevos de Peter Kocan —otra joya del catálogo sajalinesco nunca suficientemente vindicada—, también cortada por ese patrón de fatalismo insuperable y entorno hostil con el más débil.   

Ni siquiera la aparición de dos secundarios, Siobhán y Dave «Farfulla», improbable conquista amorosa y amigo fiel respectivamente, nos da una tregua en la espiral de aflicción de la existencia de Johnsey Cunliffe. ¿Son apoyos reales? ¿Meros aprovechados? ¿U otros corazones solitarios sin mucho que hacer —ni perder—? Ese extraño triángulo marca un tramo final de la novela que se mueve entre la ambiguedad, diría que singularmente en el caso de la muchacha —quizás un personaje no demasiado acabado— y la tensión queda, abocándonos a un desenlace que, no por previsible, deja de afectar al lector. 

Un año en la vida de Johnsey Cunliffe no es un libro complaciente o grato, sino uno de esos que, cuando lo cierras tras acabarlo, se te escapa un sonoro «mierda». Es lo que sucede cuando un escritor clarividente y de prosa igualmente sagaz y certera como Donal Ryan —de la traducción se encarga la maestra del oficio Celia Filipetto, así que no se nos escapa nada de dicha lucidez— consigue condensar en apenas doscientas páginas lo funesto y lo aciago de una sociedad que devora y aplasta a los individuos. Especialmente a quienes titubean o no ambicionan más que la tranquilidad… inalcanzable en un mundo implacable.