Volvemos a la isla esmeralda —siempre una alegría— de la mano de Errata Naturae y Edna O’Brien, una de las autoras más prestigiosas de las letras irlandesas, “la escritora de lengua inglesa con más talento de nuestros días” según Philip Roth, o “la escritora de las historias más bellas, nadie puede compararse a ella” para la premio nobel Alice Munro. Y lo hacemos con una trilogía que puede leerse como la historia de dos amigas, muy diferentes entre sí, Caithleen y Baba, desde su adolescencia en la conservadora y rural Irlanda de los 50, pasando por su juventud en Dublín, hasta alcanzar su madurez, ya en Londres. Pero también como un fresco social, de un país, Irlanda, de la dicotomía campo versus ciudad y, sobre todo, del papel de la mujer en la sociedad. Temas que, como sólo las grandes historias logran, resultan absolutamente universales.

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“Las Chicas de Campo”, Edna O’Brien (Errata Naturae, 2013)

Publicada originalmente en 1960 —más de cincuenta años ha tardado en traducirse aquí— fue todo un escándalo en la opresiva, recalcitrantemente católica Irlanda de la época. Claro trasunto de la propia vida de O’Brien —no en vano sus memorias llevan por título La Chica de Campo—, no es de extrañar que entonces provocase urticaria entre los sectores más rancios. Su novela retrata un país atrasado e ignorante en donde las mujeres, destinadas a la servitud doméstica, batallan para seguir adelante.

En ese deprimente contexto conocemos a nuestras protagonistas Caithleen Brady y Baba Brennan, casi antitéticas. La primera es inocente, dócil y timorata, mientras que la segunda —la autora confiesa que ella era como Caithleen y Baba, en cambio, su alter ego— es todo lo contrario, rebelde, malcarada, volátil y lenguaraz. El estudio de caracteres que nos ofrece O’Brien, la relación de amistad y rechazo entre ambas adolescentes, con Baba ejerciendo un rol de evidente dominación, es uno de los grandes logros de la novela.

Pero hay bastante más en Las Chicas de Campo. La Irlanda rural y tradicional adquiere un tinte todavía más aterrador con la penosa figura paterna que, alcoholizado y miserable, desencadena la implosión del hogar de Caithleen, marcada por el trágico accidente de su adorada madre. Y es que la desgracia también funciona como detonante, arrojando a nuestra protagonista a los brazos de Baba: primero siendo acogida por su familia y, poco después, siendo enviadas a un internado, donde la liberación de los corsés familiares, rápidamente se torna en nuevo confinamiento de igual dureza, el de la intransigente disciplina ultracatólica de las monjas que rigen el internado.

De nuevo O’Brien brilla al contraponer los caracteres de las muchachas, ya que Caithleen, estudiosa y siempre presta a agradar, encaja en el opresivo ambiente mientras Baba vive mortificada. Y aunque en un principio Caithleen es reticente a las maquinaciones de su amiga para ser expulsadas, su destino esta marcado. Un último, engorroso trago antes de lograr lo que parece la verdadera independencia, al marcharse en busca de trabajo a Dublín, donde nuevas aventuras y primeros amores, idealizados e ilusorios, aguardan. Magnífico primer capítulo, que deja al lector con ganas de más.

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“La Chica de Ojos Verdes”, Edna O’Brien (Errata Naturae, 2014)

Originalmente escrita en 1962, estamos seguramente ante el libro más flojo de la trilogía, y eso que el inicio de La Chica de Ojos Verdes es más que prometedor. Recuperamos a Caithleen y Baba donde las habíamos dejado, instaladas en una muy peculiar pensión dublinesa —regentada por Joanna y compañía, personajes cómicos, los únicos que encontraremos en la serie—, viviendo su vida, entre trabajos espurios y un creciente círculo de amistades y flirteos varios.

Como ya sucedería en la primera novela, O’Brien contrapone la responsabilidad y anhelos, tanto intelectuales como románticos de Caithleen, frente al pragmatismo y deseos de diversión despreocupada de Baba. Pero desafortunadamente, y como bien refleja el paso del plural al singular en el título, la autora desplaza casi totalmente el peso de la novela hacía Caithleen en cuanto aparece el personaje de Eugene, un culto director de documentales separado y retirado en su vetusta mansión de los Montes Wicklow.

El amor soñado de Caithleen pronto se revela como una historia compleja y frustrante, reflejo de la inmadurez emocional, lógica por otra parte, de la protagonista, que a partir de ahora se hace llamar Kate —sutil, revelador detalle del intento de transformación al más puro estilo Pigmalión—. O’Brien vuelve a demostrar su excepcional talento como narradora de las vicisitudes y comportamiento humanos al exponer los miedos de la joven en sus primeros encuentros sexuales, así como en diálogos entre la pareja donde quedan reflejados la distancia abisal de los mundos de los que vienen. Pero también se le escapan algunos manidos tópicos por el camino —en el fondo Eugene no es un personaje demasiado bien perfilado— y, en cierto momento hay un aroma a culebrón o novela decimonónica que resta interés a la novela.

Afortunadamente, a O’Brien le sobran los recursos literarios para sacar la obra del atolladero. La extrañamente hilarante y al mismo tiempo patética aparición del padre de Kate y su troupe para impedir la relación. El fugaz pero desolador regreso al pueblo. La ruptura con su familia en un desesperado acto de rebeldía, acompañado de una maniobra asimismo desesperada, orquestada por Baba, reaparecida, hastiada y marcada por su vida dublinesa. Londres aguarda, pero el lector sabe que no hay escapatoria posible a los reveses de la edad adulta.

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“Chicas Felizmente Casadas”, Edna O’Brien (Errata Naturae, 2015)

¡Bang! Cambio radical de panorama. Importante salto temporal y, por primera vez, Baba es la que habla. ¡Y menuda voz! Deslenguada, cortante, resabiada y cínica, contando la historia, tanto de ella como su amiga, desde un prisma diametralmente distinto. Desde quien sabe como está organizado el mundo para las mujeres y no se lleva a engaños respecto a la idea romántica del amor. Amargura y cruel ironía —ya el mismo título— a partes iguales en la más oscura y fascinante novela de la trilogía.

Chicas Felizmente Casadas intercala las voces de ambas protagonistas, casadas y residiendo en Londres… y abocadas a dos tipos de frustración, de infelicidad. El matrimonio de Kate con Eugene está roto y comienza una terrible lucha por la custodia del hijo, para la que nuestra frágil protagonista no está preparada. Mientras, Baba se había casado en busca de estabilidad y riqueza, pero ni su marido —atención a la descarnada, inmisericorde descripción de un nuevo rico—, ni sus posesiones, ni sus infidelidades le proporcionan satisfacción alguna.

El contraste entre los solemnes e ingenuos capítulos de Kate y los mordaces pero desencantados de Baba es brutal. También sus destinos, trágico el primero, deprimentemente resignado el segundo. Sin embargo, O’Brien logra hacer que el lector reconozca una sensación común: la madurez como sinónimo de terrible, inevitable decepción, fatal derrota. En una reflexión durísima, en el fondo la autora nos cuenta que ambas estan incapacitadas para lidiar con sus inseguridades —emocionales Kate, materiales Baba— y ser verdaderamente independientes.

La visión agria, incluso hiriente, tiene un sólo lado positivo: el de la amistad. O’Brien ha dado el giro completo en la conclusión de su trilogía. Baba, la persona dominante que usaba a Kate a su antojo en las anteriores novelas, es ahora el último refugio de su atormentada amiga, al borde del precipicio. Y es que al final, la autora parece decirnos que su relación es lo único auténtico y permanente, resistente a las decepciones y fracasos de la vida, permanente antes los vaivenes y azotes de la existencia, que se lo llevan todo por delante. Es un memorable epílogo para una obra magna. Simplemente, Edna O’Brien ha creado dos vidas, con sus complejidades, contradicciones, sutilezas, anhelos, aprendizajes, caídas y tragedias, en papel. Vale la pena conocer a Caithleen y Baba.