Sorprende bastante la habilidad con la cuenta Katie Crutchfield para cambiar de faceta musical cuando lo requiere el momento. Bajo el nombre de Waxahatchee, nos ha entregado algunas de las mejores canciones de indie-rock femenino de los últimos años, y siempre poniéndole su sello personal. Un sello que podía venir de la mano de un poco de electrónica, o de elementos más añejos. Ahora vuelve con el que es su cuarto trabajo, y el cambio es mucho más pronunciado que nunca. Pero, al contrario que algunas de sus compañeras de escena, que se han puesto un tanto más sintéticas, la de Alabama ha decido rendirle un homenaje a la música de su tierra. Y el resultado no puede ser mejor.
Estamos ante un disco con un tono mucho clásico, en el que la distorsión brilla por su ausencia, y en el que el piano cobra más protagonismo que nunca. El rock sureño se adueña de buena parte del álbum, pero, una vez más, Crutchfield, ha sabido dar con la tecla para que resulte acogedor y familiar para todo tipo de públicos. Y es que, es muy fácil dejarse llevar por temas como ‘Can’t Do Much’ o ‘Hell’, que juegan en una liga un poco más pop. Y si nos vamos a ‘Witches’, nos encontramos con el único tema donde la guitarras suenan un poco más sucias. Pero no mucho.
Uno de los grandes aciertos de este trabajo, es la fusión de su pasado más reciente, con las raíces de su tierra. Así, nos encontramos piezas algo ensoñadoras, las cuales te acogen como una brisa nocturna en una calurosa noche de verano (‘Oxbow’ y ‘St. Cloud’); delicadas semi-baladas en las que se empapa de ese mundo sureño con el que creció (‘Fire’ y ‘Arkadelphia’), y temas en los que lleva sus raíces a un mundo mucho más pop (‘Lilacs’ y ‘War’). Todas ellas coronadas por su voz imponente, que se adapta de maravilla a todas sus facetas. Como bien muestra en ’Ruby Falls’, una de las canciones más bonitas de los últimos meses.