De la mano de Sexto Piso, tenemos nueva novela de Don Carpenter en librerías, lo que equivale a lectura más que obligatoria para quien escribe. Se titula Un par de cómicos, y es una mirada, entre muy amarga y algo tragicómica, del show business —y, más específicamente, de  Hollywood—, a través de dos truhanes y amigos venidos a menos. Un universo singular, bien conocido por el malogrado autor californiano, en los que asoma el agotamiento, el hastío, la angustia y la soledad.   

Y es que Carpenter, además de escritor laudado por críticos y colegas, pero solo vindicado de forma póstuma, fue también guionista, «alimenticio» y muy frustrado, para cine y televisión de finales de los 60 a comienzos de los 80. Algo que se nota en el atribulado tono general de la obra, así como en numerosos personajes, localizaciones y escenas de Un par de cómicos, novela publicada originalmente en 1979, y segunda de su llamada «trilogía de Hollywood». Un ecosistema de lo más particular, que nuestros protagonistas, la granada y célebre pareja de comediantes formada por Jim Larson y Dave Ogilvie, epitomizan. O eso parecía…

Porque a través de su narrador Ogilvie, Un par de cómicos nos introduce en la trastienda del espectáculo en dicha época. Y pronto descubrimos que está se encuentra en las antípodas del glamour a la que la imaginería amarillista y publicitaria nos ha acostumbrado. Pese a la fama, el dinero o las mujeres, Jim y Dave no son los tipos más felices del negocio. Ya sea de gira por el país, o rodando alguna de sus olvidables películas, los encontramos agotados y agriados frente a una maquinaria siempre inquisitiva. No tenemos motivos para dudar de su longeva y fructífera amistad. Pero la sombra de que Jim —el chispeante Dean Martin del dúo— emprenda una carrera en solitario, o no regrese tras una de sus extrañas desapariciones mortifica a Dave, cada vez más paranoico y taciturno.

Desgraciadamente, creo que este atractivo planteamiento no logra cuajar en el arranque de Un par de cómicos. En primer lugar, porque el lector ya tiene numerosas referencias con las que comparar ese reverso oscuro de la típica historia triunfal hollywoodiense. Los lugares comunes abundan y las «hazañas» sobre sexo fácil, recurrentes rayas a esnifar, u otras bravuconerías varias, no sorprenden a nadie. Y, en segundo lugar, indisociable del anterior, es la absoluta falta de empatía respecto a sus protagonistas. Sus «batallitas» y actitudes quizás puedan tener éxito en las páginas de El Mundo o El Confidencial —por citar dos adalides del periodismo «machirulo» periodístico—. Por fortuna, el tiempo los ha superado.

Es entonces, a punto de que hasta el fan más irredento de Carpenter esté a punto de claudicar, cuando surge el extraordinario talento del autor para desplazar el foco del libro. El de Berkeley centra su pluma en Dave —digamos que Jim entra y sale del relato—, cada vez más vitriólico y quebradizo. Y las andanzas del sinpar dueto se transforman en una manera de confrontar ese presente explosivo y decadente con un pasado que, sabemos, no puede regresar. Nuestro narrador duda, teme, se comporta paroxísticamente y se siente profundamente solo. Su vulnerabilidad es creíble y, al fin, uno conecta con Un par de cómicos

Además, la novela ofrece una magnífica observación del mundillo y sus interacciones, condensada en fragmentos maravillosos, como los de Schwab’s o Enrico’s —memorable reencuentro—, en los que Carpenter perfila con maestría ritmos y comportamientos de ese extraño desfile humano de la «gente del cine». O en esa improvisada cena-reunión casi al final, glorioso y melancólico canto a la amistad y el afecto, posible pese a todo, en ese microcosmos tan cruel. Y, por supuesto, debe añadirse el proverbial buen hacer del escritor con los diálogos y la cadencia narrativa —traduce Rubén Martín Giráldez, así que todas las garantías en ese aspecto—. En definitiva, Un par de cómicos no deja de crecer. 

Aunque el dislate sea constante, la comedia escasea, prevaleciendo el miedo y la congoja. Es un mérito enorme haber logrado cuadrar una sátira de acerado voltaje sobre las bambalinas del cine con el drama en una novela que es todo hueso, tanto por su brevedad, como por la prosa sin aderezos del californiano. Pese a haber comenzado con un peligroso tufillo naftalinero, y aupada en ese poderoso tramo final, Un par de cómicos se revela felizmente como puro Don Carpenter: emocionante, crepuscular y tenso. El show siempre debe continuar…