Nuestra querida editorial Contra sigue empeñada en descubrirnos autores y/o obras que no deberían faltar en nuestra biblioteca con su reciente singladura literaria. Y tras Walter Tevis y John O’Hara —de los que dimos buena cuenta en Indienauta— hoy nos trae Tula Springs, del desconocido por estos lares James Wilcox, pese a los encendidos elogios de luminarias tales como Anne Tyler, Harold Bloom —vale, este es bastante meh—, Toni Morrison, Robert Penn Warren o, ya hablando más localmente, Kiko Amat. ¿Qué tiene este libro para recibir tantos parabienes? La respuesta es risas, necedad y humanidad a partes iguales en el sur de los Estados Unidos.

Tula Springs recoge la primera y más celebrada novela de Wilcox, Baptistas Modernos, publicada originalmente en 1983. Le sigue el fenomenal, aunque más sombrío, relato Mr. Ray, primero que al autor le fuera publicado en el New Yorker, dos años antes. Y cierra, a modo de estupendo epílogo, sin desperdicio alguno, el artículo del periodista, abogado y escritor James B. Stewart, titulado Moby Dick en Manhattan, aparecido en la misma revista en 1994, sobre la figura del propio Wilcox. Pero el título elegido por Contra es más que acertado. Porque Tula Springs, el pueblo/suburbio ficcional de Luisiana —estado del que el autor es originario— en el que Wilcox ha emplazado tanto las historias que hoy nos ocupan como la mayoría de su producción posterior, es un personaje —puede que, de hecho, sea «el personaje»— fundamental. Un sur «actualizado», despojado de ese halo arcano y pseudo-místico que la literatura con frecuencia nos «vende», sustituido por la teletienda, el evangelismo trasnochado y recaudador, los centros comerciales y la falta de futuro. El caladero en el que los oportunistas bufones sin gracia «pescan» sus votos cada noviembre…

En Tula Springs, entrando ya de lleno en Baptistas Modernos, nos encontramos con Bobby PickensMr. Pickens dada la sempiterna educación sureña—, un gris encargado de la tienda de Ofertas Sonny Boy, cuya anodina vida va a saltar por los aires con la llegada de su hermanastro F. X. tras su paso por la cárcel por tráfico de drogas. Los tejemanejes de este actor frustrado y vividor impenitente con la joven Toinette Quaid, compañera de trabajo y objeto del deseo de Pickens, darán paso a un auténtico rosario de malentendidos hilarantes, idas y venidas surrealistas y toda suerte de aventuras indeseadas por parte de un protagonista que a veces parece un personaje «a lo Woody Allen» con su creciente neurosis y enfermedades ficticias, y otras un pariente muy cercano del inolvidable Ignatius J. Reilly —hay algo aquí de la Conjura de los necios, en una versión mucho menos conspiranoica, eso sí—.

En este vodevil sureño encontramos momentos de auténtica astracanada, como ese retorcidísimo, rocambolesco plan —nivel «voy a construir un muro y los mexicanos pagarán por él»— que otra colega de trabajo de Pickens, Burma LaSteele, desgrana a nuestro protagonista. O la participación de la abogada Donna Lee, un personaje que, pese a aparecer bien avanzada la novela, resulta tan esencial en el desarrollo y conclusión de la historia como fascinante por sí mismo, en una reunión de un grupo de estudio de la Biblia. Algo así como la solitaria inteligencia y firmeza de la ley lidiando en una «realidad paralela». O los siempre desternillantes encontronazos de Mr. Pickens con Ms. Quaid. Una serie de a veces pequeñas, otrora inmensas, pero siempre absurdas catástrofes. Para disfrute del lector.

Aunque suelen confundirse torticeramente, como si hablásemos de un «arte menor», cómico no significa simple. Wilcox logra ensamblar con maestría, sin que nunca decaiga el ritmo, una pequeña constelación de personajes redondos, que entran y salen de esa «nave de los locos» que es el pueblo. Y, además, por el camino logra derribar con humor y sutileza algún que otro patrón antediluviano. En Tula Springs los personajes fuertes son todos femeninos, mientras los hombres resultan unos pusilánimes de aúpa. Incluso el atractivo golfo de F.X., arquetipo de tantos y tantos «tipos duros» literarios, en realidad se revela como un acongojado aspirante a bravucón. Asimismo, la religión y su práctica pierden aquí su severa gravedad y gótica perversidad —atentos a las directrices del baptismo moderno que Pickens lideraría si se ordenase pastor, uno de sus ridículos sueños—, convirtiéndose más bien en un entretenimiento para un pueblo sin mucho que hacer, una excusa para pasar la tarde. Y, de este modo, Tula Springs se transforma, por arte de buena escritura, en un pueblo de aburridos chiflados sorprendentemente entrañables. Amargados y «bichos raros» bastante reconocibles, con demasiado tiempo libre en una era no tan lejana pero ya pretérita, sin redes sociales. En definitiva, seres humanos, patéticos, volátiles, confusos… y muy divertidos. Formidable hallazgo el de Contra con James Wilcox.