Algunas reseñas no querrías tener que hacerlas nunca. Normalmente porque el disco o el artista/grupo te decepciona o te resulta particularmente indigesto. No es el caso, ni por asomo, con Hazte Lapón, una de las más brillantes, lúcidas y, a muchos niveles, jugosamente interesantes bandas que ha deparado el panorama patrio en la última década, responsable de esa obra maestra de 2015 titulada No son tu marido. Entonces, ¿cuál es el problema? Pues que su flamante regreso, Tú siempre ganas, de nuevo publicado por El Genio Equivocado, es también su «canto del cisne». Por respeto a su sobresaliente trayectoria, no voy a aprovechar este artículo para rezongar o despotricar sobre qué —insertad aquí el oprobioso calificativo a vuestro gusto— estamos aupando a los altares del éxito y, en cambio, qué propuestas relegamos a un segundo plano o, directamente, al olvido. Sólo digamos que, como reza el tópico, siempre se van los mejores…
Eso sí, el combo madrileño-malagueño, más bien el tándem formado por Lolo Lapón y Saray Botella, se despide con nada menos que un elepé doble —presentado en una fastuosa edición especial de juego interactivo, un argumento extra a la siempre recomendable adquisición de la música en formato físico—, algo que añade, si cabe, más temeridad en esta era de inmediatez y mínima capacidad de atención. Veintidós temas que han ido viendo la luz de forma escalonada, en dos entregas —reveladoramente subtituladas «La vida adulta (instrucciones de uso)» y «Tú y yo (y todos los demás)»—, y que ahora adquieren su verdadera forma y orden, con la sombra del trabajo cuasi conceptual acechando —¡oh, pensamiento independiente en el siglo XXI, herejía!— al conjunto. Uno que demuestra creatividad, ambición y ganas de «exprimirse» al máximo, y que los emparenta más que nunca con una de las referencias más queridas por Lolo, los Magnetic Fields de Stephin Merritt y sus discos rebosantes de «miniaturas pop». Lo bueno es que estando Manuel González Molinier —ahora que se acaba la aventura, el superhéroe debe quitarse la careta— de por medio, no hay «reducciones posibles». Al contrario, la sesión de diván con nuestro «psicólogo pop» predilecto se ha ampliado, tanto en su duración como, sobre todo, en la variedad de enfoques. Hay mucho, siempre lo ha habido, que contar. Todo un camino que relatar —la portada del disco y el mencionado juego ofrece suculentas pistas—, así como los motivos de su drástica decisión.
Tú siempre ganas se abre con su primorosa canción titular, delicada y reflexiva, comandada por un afligido piano, con un punto de deliciosa morosidad que proporciona el espacio necesario a la preciosista orquestación, que se inflama cual torch song de amarescente letra. El contraste es radical —no será el único— con la pizpireta «Trompe-l´oeil», pop pergeñado con trebejos que acaba implosionando en un estribillazo de «indiepop francachelero», con trompetas y radiantes coros incluidos. Y para rematar el trío inicial, la acelerada «Vidas de santos», apresurado noise-rock marca de la casa con una de esas letras —cómo las vamos a echar de menos— de acerado doble sentido, en la que la iconografía del martirio pudiera estar refiriéndose a esa escena indie tan ingrata y egocéntricamente victimista a la que Saray —su liderazgo vocal en el tema no es baladí— consigue renunciar. Acabamos de empezar y el oyente ya ha podido comprobar que hay muchos tipos de Lapón… pero todos son, inequívocamente, «de su padre y su madre».
Expuestas las cartas sobre la mesa, Hazte Lapón se adentra en una de sus más —crueles— pasiones, hurgar en las contradicciones humanas. Pero en Tu siempre ganas lo hacen sin vitriolo, caso de «La paz mundial», una suerte de reverso desenfadado y muy Merrittiano de su inolvidablemente histérica «Hushpuppy», a lomos de un juguetón xilófono y amables vibraciones que, sin embargo, albergan un «puñetazo lírico» de aúpa en la coda de «quién nos va a salvar de la paz». Más mundana y socarrona le sigue «Amas la playa/odias la playa», maridando los aires surf-pop vintage a lo Summer Fiction y los coros opalescentes con una sobredosis de autotune. Cierra el bloque la redonda «El punto ciego», sañudo costumbrismo acerca de parejas doméstica(da)s, resumible en esos «silencios atronadores», y más brit en su sonido y cadencia que el mismísimo Ray Davies.
Vuelven los contrastes sónicos tras el reposado impasse del trío anterior. Porque primero nos topamos con la inmediatez de las guitarras de «Suiza», perfecto ensamblaje de electricidad y sacudidas de batería para hablar de lo retorcidas que pueden llegar a ser las discusiones y las falsas, imposibles, neutralidades. Pero, inmediatamente, regresamos al remanso melancólico con «Las mujeres que no amaban a los hombres» que, afortunadamente, no tiene nada de Larsson y sí mucho de Lolo, es decir, abundancia de preguntas complejas —¿sobre un estado último, completamente, autónomo, de la feminidad?—, algo de angustia existencial y, pese a todo, bastante resiliencia. Y, por si nuestro thriller nórdico necesitase de más giros de guion, acuden raudos los sorprendentes aires countries, ritmos trotones de bailes de salón y violines añejos incluidos, de «Un carrusel», original y lograda forma de desgranar el mal del «perro del hortelano» en su versión hipster.
Entramos en el ecuador de Tú siempre ganas con la enrevesada y pelín porfiada «Sorprendido por el truco», como si Klaus & Kinski filosofasen en pareja para concluir que, seguramente, el exceso de lectura es en realidad una forma de procrastinación —tema de probada pericia en «casa Lapón»—. Nada que ver con la fluidez de la extraordinaria «Todas las fiestas», una de las joyas del disco para quien escribe. Un bucle melódico infinito de xilófonos, teclados y guitarras a lo The Cure, burbujeante y extrañamente hipnótico, rematado por esas voces engarzadas en un minuto final de auténtica piel de gallina. Que luego se les vaya un poco la mano con el abigarramiento del pop de cámara de «Catalizadores del amor», dúo de voces arropada por una suntuosa sección de cuerda, no solo se les perdona, sino que cautiva en su honesta celebración del amor —¿y la mediación sentimental?—.
Ya de lleno en la segunda parte del disco, hayamos «Sabes la noche», una canción tan pluscuamperfecta que pareciera que llevase toda la vida escrita, un clásico esperando a ser rescatado. Íntima, no obstante épica —esos «quizás» provocan escalofríos—. Quebradiza y vulnerable, sin embargo, consistente y concluyente en su zozobra con forma de vals deleitosamente instrumentado —mandolina, piano, trompetas— sobre la incertidumbre y la pérdida. Refulgente, pese a la temática sombría. Y encima, homenajeando a Scott Fitzgerald. Emocionante como pocas. Lo increíble es que, después de semejante maravilla, Hazte Lapón, quizá sabedores que el final se aproxima inexorable, no tienen miramientos en continuar sacando todo su arsenal, ahora con el bellísimo folk desnudo de «Lo hago por amor y no por miedo», que podrían firmar los Decemberists en su versión más diáfana. ¿Más madera? Al instante, damas y caballeros. Porque, sin abandonar sutilezas y ricos detalles sonoros, aparece «Walt Disney Corp.», una divertida mirada al paso del tiempo, y/o el consiguiente envejecimiento, en el que la música, con esos teclados brumosos y esa percusión implacable, cuasi marcial en su «tic-toc», acompaña al narrador frustrado por sus «hechuras de señor mayor» mientras su media naranja continúa inmaculadamente lozana…. antes de converger en un estribillo de muchos quilates.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más. La resabiadamente literaria «Como Vera y Vladimir» juega con la figura del genial escritor ruso Nabokov y su sempiterna, penélopesca pareja Vera Yevseyevna Slonim, para proporcionarle un enfoque a las relaciones larger than life, incluso «nosotros contra el mundo», en una pieza pop alambicadamente optimista, coartada ilustrada para, acaso, hablar de esa otra pareja que, parafraseando otra canción, ha decidido regresar al sur para ser felices. Más certera, a mi juicio, es «Fantasías brutalistas», que supone un respiro entre la sucesión de tiempos calmados, y que en su arranque desbocado, vacilón y turbiamente psicodélico podría venir firmada por otra banda valiente y audaz como es Cómo Vivir en el Campo. En cambio, pasaremos por alto «El desencanto», experimento en clave dub —los tics modernillos, que complicados son de evitar— y efluvios tropicales de su propio tema de 2013 «Encantadora». Un simple divertimento, o la excepción que confirma la regla en un disco desbordante.
La recta final de Tú siempre ganas pareciera un sumario comprimido de las distintas caras de Hazte Lapón. Se abre con el crescendo sostenido de «La bolsa o la vida», inicialmente recogida, crepitante e intensa después, capas sónicas que se amalgaman con un imparable efecto planeador. Más «reduccionista» asoma la cacharrería pop de «Maravillas de la insuficiencia», liderada por un insidioso xilófono y, de nuevo, una letra más esperanzadora de lo habitual pese a la intranquilidad que conlleva la vida adulta. Precisamente, el título de la penúltima canción del álbum, primer sencillo de Tú siempre ganas, transparente y acibarada declaración de intenciones y temáticas, además de absoluta diana roquera de alto octanaje. «Se ha acabado el tiempo para perder el tiempo»…
Queda el último baile, uno que suena al reverso jocoso del tema anterior. Como si Hazte Lapón no quisieran dejar al oyente, o simplemente acabar, con un regusto amargo. Y el resultado es «Yo los he visto», una epopeya trepidante, un himno festivo y atolondrado contra el hipsterismo, la pose, el esnobismo y el «síndrome de Peter Pan» clembuterolizado a base de redes sociales, fake news y exceso de festivales que sirven para —mal— disimular el alcoholismo. Por sus generosos seis minutos desfilan Mark Kozelek, los tótems de la literatura rusa, Star Trek, Leonard Bernstein, Arnold Schönberg y un delirantemente inacabable name-checking a ritmo de kraut y fanfarria. Lo bueno es que Lolo y cía no pretenden tanto criticar, sino abrazando a Pulp o —llevándomelo a mi terreno— el It’s the end of the world as we know it (and I feel fine) de R.E.M., señalar que todavía hay mucha «gente corriente» que no necesita aparentar o puede vivir, siendo algunos incluso «más guapos, más felices» y «mejores personas», ajenas a esta sobreexposición constante y vacía. La quintaesencia de Hazte Lapón revisitada en un contestatario y definitivo del «indie tambien se sale». El broche arrollador para una despedida superlativa, plenamente consciente y consecuente, en un adiós mirando a lo que es ya atrás, sin atisbo de ira. Y dejando un legado memorable.
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