Después de ver la finale de la primera temporada de ‘True Detective’, sólo me viene un pensamiento: no le toques el cetro al Rey. De un tiempo a esta parte, el aplastante dominio que exhibía HBO sobre las series de calidad y culto (Los Soprano, The Wire, Deadwood, Carnivale…) estaba discutido. Al reino de las televisiones por cable ha llegado una horda para intentar tambalear el trono. Ya sea Showtime (Masters of Sex, Homeland, Weeds, Dexter…), AMC con Mad Men y Breaking Bad, o la novata Netflix y su  House of Cards y Orange is the New Black. Pero HBO ha cogido el guante y ha respondido con esta ‘True Detective‘ que desde ya mismo se puede considerar LA candidata a fulminar los Globos de Oro y Emmys de 2014.

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No soy muy partidario de analizar una serie hasta ver la temporada completa. Por eso, ya con los ocho episodios entre mis garras, procedo a la disección. Y en esta hay tela por cortar. Toda gravita dentro de la mente de Nic Pizzolatto, un escritor prácticamente desconocido que se encerró en su garaje durante tres meses para escribir hasta la última coma de ‘True Detective’. Cómo tuvo que ser el manuscrito para que HBO, en un movimiento de riesgo, le permitiese ser también el showrunner. Un control casi obsesivo. Todo lo que se ve en la pantalla sale de su pluma, oscura, que perfila una serie de asesinatos rituales a lo largo de 17 años, las pantanosas aguas religiosas de Louisiana, el profundo sur estadounidense, referencias a Lovecraft, el ‘The King in Yellow’ de Robert W. Chambers... y una pareja de policías turbios cuya relación es, en el fondo, el meollo que sostiene emocionalmente la serie. Está escrita para Rust Cohle (Matthew McConaughey) y Marty Hart (Woody Harrelson). Dos personajes que desde ya están en el imaginario de los seriéfilos.

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Porque lo que en otras manos podría ser material para un procedimental al uso (asesinato, búsqueda y resolución), aquí es una obra magna de los recovecos del ser humano y su búsqueda de la redención. Aunque, no nos engañemos, lo que eleva realmente a ‘True Detective‘ es McConaughey. El Óscar por ‘Dallas Buyers Club’ no es casualidad. Drogota (con Qualuudes, de moda por ‘El Lobo de Wall Street’), torturado, con visiones producto de años de autocastigos, magnetiza cada plano con los  pequeños detalles. Esa forma de fumar, sus figuritas de lata y un fatalismo negrísimo que lleva diálogos acerados y antológicos. “Eres el Michael Jordan en ser un hijo de puta”, llega a decirle Hart  en el cuarto episodio.

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¿Qué no todo es perfecto? Claro, amigos. Sí, la estéticamente deliciosa cabecera recuerda sospechosamente a otro producto estrella de la casa, ‘True Blood’. Sí, exige paciencia en su ritmo, pero nada que no hubiéramos vivido ya mientras idolatrábamos ‘The Wire’. Sí, la mandíbula cavernosa de Woody Harrelson llega a ser por momentos irritante y cuesta creerse que tenga de parienta descuidada a Michelle Monaghan y de ‘otras’ a dos bombones como Alexandra Daddario y Lili Simmons. Pero, he ahí lo genial, de alguna forma extraña, su yo pragmático (“Hay que buscar cosas para no llevarte las mierdas del trabajo a casa”, dice para justificar su vida extra conyugal) encaja como el ying y el yang como el pesimismo existencial con el Cohle de McConaughey.

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Un poderío narrativo que va de la mano del técnico, mucho ojo al plano secuencia de seis minutos que cierra el cuarto episodio en el que el director Cary Joji Fukunaga se orina (con perdón) sobre la mayoría de superproducciones estadounidenses. También del musical, a cargo de T Bone Burnett y por donde desfilan maravillas desde el ‘Far from Any Road’ de The Handsome Family en la cabecera a los Melvins, Steve Earle o The 13th Floor Elevators

Sin McConaughey en la segunda temporada, ya confirmado por él mismo, los rumores apuntan a una pareja de detectives mujeres. Será un reto importante para Pizzolatto. Veremos. Lo que ha quedado claro es que, con ‘True Detective’, HBO ha vuelto a marcar paquete. Es lo que tiene ser el Rey.