A finales de junio, Mel Brooks cumplirá 97 años. El dato no es impedimento para que el comediante, guionista, productor y cineasta que ha cincelado tanto el cine como la televisión –¿cuánto le debe el show de la NBC, “Saturday Day Night”, en emisión desde 1975?–, que continúe en ebullición. Si no lo parece, poco le falta. Kultrum nos alcanza la autobiografía de Brooks ¡Todo sobre mí!: Mi extraordinaria vida en el mundo del espectáculo, publicada en origen como All About Me!: My Remarkable Life in Show Business, en 2021.
La narración da inicio en 1926, con el nacimiento del autor, el cuarto hijo de Max y Kate, cuyo nombre es Melvin Kaminsky, en Brooklyn. Su padre murió de una enfermedad renal cuando el futuro cómico tenía dos años. Esa situación afectó a Brooks: «Puedes luchar cuando las cosas van mal si tienes sentido del humor. La risa es un grito de protesta contra la muerte, contra el largo adiós. Es una defensa contra la infelicidad y la depresión». El escritor creció en el seno de una familia de emigrantes de origen polacoalemán y ucraniano, los Kaminsky, que consiguió sobrevivir a la miseria y al rechazo por su condición de judíos.
Con catorce años encontró un trabajo estival en las montañas Catskill (New York). Así fue como se inició en el mundo del espectáculo. Brooks relata sus primeros días como guionista televisivo en Your Show of Shows de Sid Caesar, en la década de 1950; apareciendo después, ya en los sesenta, en Tonight Show, presentado por Johnny Carson. Fue entonces que tuvo la ocasión de compartir escenario con Groucho Marx, Joan Crawford y Tony Bennett, entre otros. El resto es el ruido frenético del éxito y el estruendoso ruido del fracaso de algunas de sus producciones cinematográficas. Aun así, el cineasta sigue en pie. Luego llegaría su primera película, Los productores (1967), años después la adaptaría también como teatro musical para Broadway.
La narración, como su vida, su obra y sus memorias, tiene un ritmo desigual. Cuando le apetece correr el comediante se puede mostrar ocurrente y punzante; pero, también, ramplón. En cambio, cuando ralentiza, sus recuerdos brillan –como se comprueba en el show de Jimmy Fallon–, es ahí donde surge lo mejor de la autobiografía, en la vitalidad de las anécdotas, material inacabable para sus chistes y parodias. Capta de forma radiante un universo antiguo, tal vez perdido, como es el mundo del espectáculo de posguerra. Merece una especial mención la emotividad del humorista cuando se refiere a su esposa, fallecida en 2005, la actriz Anne Bancroft, con quien se casó en 1964, como el amor de su vida.
Brooks, que siempre fue un antiguo, sólo hay que ver El jovencito Frankenstein (1974), ha pasado a la historia de la comedia y, por tanto, del cine y la televisión, como un hombre moderno. Una paradoja más de su talento y su manera de hacer. Leer las ocurrencias, que el cómico ha repetido durante décadas, lo confirman. Mel Brooks, coautor de la serie Superagente 86, (Get Smart,1965-1970) es uno de los dieciocho EGOT –entre ellos, la actriz Audrey Hepburn, el compositor Marvin Hamlish y la cantante, actriz y directora de cine Barbra Streisand–, que haya ganado a lo largo de sus trayectorias los premios Oscar, Emmy, Grammy y Tony. El libro peca de cierta indisciplina narrativa; sin embargo, el resultado se antoja sincero, incluso, conmovedor por momentos, como se supone debe mostrarse un creativo contemporáneo. Y Mel Brooks, un referente de la comedia con mayúsculas, lo es.
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