Impedimenta vuelve a la carga, amig@s. Y lo hace con una de sus múltiples especialidades, sacarse «de la manga» títulos y autores inquietantes, que ponen el dedo en la llaga en el lado oscuro de las sociedades modernas y las relaciones humanas. Pienso en Oso, La poda, Araña… Y ahora, este Tierra inestable de la británica Claire Fuller. Una novela especial y dura, donde tras el relato de supervivencia de dos mellizos en medio de la campiña inglesa contemporánea se abordan temas como la pobreza, la marginación rural y el aislamiento con una sensibilidad no exenta de crítica social.
Nacida en Oxfordshire en 1967, Claire Fuller estudió escultura en la Escuela de Arte de Winchester y máster de Escritura Creativa y Escritura Crítica en la Universidad de la capital del condado de Hampshire, donde reside. Tras desarrollar una dilatada carrera profesional en el ámbito del marketing, inició su labor autoral a los cuarenta, con su ficción breve apareciendo en diversas revistas literarias. Fuller ha publicado cinco novelas hasta la fecha: Our Endless Numbered Days (2015), Swimming Lessons (2017), Bitter Orange (2018), Tierra inestable (2021), ganadora del Costa novel Award 2021 y finalista del Women’s Prize for Fiction y, hace apenas un mes The Memory of the Animals, concebida durante la COVID-19.
Tierra inestable nos lleva a la Inglaterra post-Brexit… Pero en un lugar, donde, se diría, ni la vileza tory ni la digitalización «por decreto» han llegado. En ese «medio de ninguna parte», en condiciones harto precarias, nos encontramos a los mellizos Jeanie y Julius. Dos hermanos que, pese a su mediana edad —51 años—, siguen viviendo con su madre Dot en la desvencijada casa familiar. Mejor dicho, sobreviven a base de empleos ocasionales, lo que sacan del cultivo del huerto y una rutina ascética —sin apenas electricidad, no digamos ya tele o internet—, en el que el único solaz es su habilidad para tocar y cantar viejos temas folk.
No parece que semejante vida frugal y simple sea un martirio para nuestros protagonistas… Hasta que Dot fallece —brutal arranque de la novela— repentinamente en una mañana invernal. Y con ella, el mundo del que habían estado aislados, mejor dicho, protegidos por la figura materna, penetra en el devenir de los hermanos en toda su crueldad. La truncada gratuidad del alquiler del hogar, con el desahucio acechando. El escaso dinero para subsistir. Las acuciantes y sorpresivas deudas acumuladas. Los inesperados secretos de la historia familiar —incluida la muerte de su padre, en un accidente bastante opaco, cuando eran niños—. La tierra inestable ahora se desmorona bajo sus pies.
A partir de ese planteamiento, Claire Fuller desarrolla una obra absolutamente fascinante. Primero por crear una atmósfera opresiva, donde la sensación de amenaza se combina con la de la extrañeza, provocada por unas existencias tan a contracorriente —y, en el caso de Jeanie, no exenta de enojado orgullo— que suponen un desafío a lo establecido. Segundo, por abrazar lo mejor del realismo británico, mostrando la cara más amarga de la pobreza sin necesidad de subrayados o cayendo en la denuncia. Y, finalmente, por un pulso narrativo extraordinariamente firme —traduce, impecable, la gran Raquel Vicedo, alegrón encontrarla de nuevo por aquí— no exento de una peculiar poética en la prosa.
Resulta imposible no sentirse compelido ante los infortunios, agravios, cuitas y actos desesperados de los hermanos, sobre todo Jeanie. A través suyo, vemos cómo la «modernidad» es un engranaje inexorable e inclemente. El móvil, la cuenta bancaria, la burocracia solicitando la certificación del entierro, el televisor anormalmente grande o la aborrecible comida preparada. Demasiados elementos incomprensibles e interdependientes a los ojos de nuestra granada ermitaña. ¿Cómo puede afrontar la verdad una persona así? ¿Y comenzar de nuevo? Y una pregunta más, la definitiva, sobrevuela. ¿Hay lugar para Jeanie?
Ojo, no estamos ante una simplista evocación del «buen salvaje» en pleno siglo XXI. Los personajes centrales de Tierra inestable son mucho más complejos y llenos de sutilezas. Para empezar, los mellizos no están «cortados» por el mismo patrón. Julius ambiciona más, quizás torpemente. Le mueve tanto el deseo de la carne como el olvidarse de su sino, ni que sea un instante, a través del alcohol. De hecho, el lector puede notar la aterradora posibilidad del abandono. Y luego tenemos la obstinación de Jeanie. Avergonzada ante su analfabetismo, no obstante reacia a aprender. Incluso refractaria a las muestras de apoyo y empatía —Bridget, Saffron— de su reducido entorno. No a la «civilización», aunque ésta sea inevitable…
Tierra inestable es una lectura absorbente y singular. Sórdida y bella. Despierta incomodidad y desasosiego en el lector sin renunciar a pequeños pasajes evocadores. Reconfortantes jardines mullidos y mugrientas noches a la intemperie. De ese modo, Fuller capta con pasmosa naturalidad el deseo de «conservación» —aunque el lector sepa que, en realidad, hablamos de un mísero hogar—, igual que el bloqueo y feroz confrontación, de Jeanie. Una mujer obligada a salir al exterior, a dejar su refugio. Y retrata con notable profundidad psicológica esa fina línea entre la marginalidad y la voluntad de querer vivir al margen, perfilando tanto una realidad dolorosa y frágil, como a una protagonista inolvidable por el camino. Magnífica novela.
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