Algunas lecturas musicales suponen un verdadero reto, además de una oportunidad para adentrarse en terrenos ignotos, en principio en las antípodas de las preferencias de uno. Es el caso de Techno rebels. Los renegados del funk electrónico, del periodista Dan Sicko. Un ensayo considerado pionero que bucea con convicción y entusiasmo en la historia del techno, su nacimiento, evolución y posteriores ramificaciones, así como sus personajes principales. Y que, sobre todo, se configura como la pormenorizada vindicación no sólo del género musical, sino de una —asiduamente denostada— ciudad, Detroit.
Publicado originalmente en 1999 y revisado y completado en 2010, un año antes del fallecimiento de Dan Sicko a los cuarenta y tres años, Techno rebels es un ensayo musical bastante singular de un género particularmente escurridizo, mutante, cuya historia ha sido habitualmente soslayada, quedando normalmente reducida a su inclusión como «preámbulo» de algo mucho mayor y difuso, la avalancha electrónica, tal y como Javier Blánquez —autor de ese catedralicio doble volumen que responde al título de Loops: una historia de la música electrónica en el siglo XXI— señala en el esclarecedor prólogo, lectura obligatoria para cuasi neófitos como quien escribe, a la vez que puya más o menos velada al tótem Simon Reynolds y su Energy flash.
En cambio, la perspectiva de Sicko en Techno rebels es, aparentemente, más sencilla y clara. Proporcionar un sustrato fidedigno al techno, «anclándolo» a unas coordenadas, temporales, geográficas, sociológicas y mentales. Y desde ese «mapa del techno», hablarnos de sus subrepticios inicios, su festiva expansión, su raveosa globalización y su posterior repliegue, mejor dicho, difuminación, entre una electrónica genérica que lo engulle todo —y eso teniendo en cuenta que el autor no llegó a ver el actual estado de saturación electrónica del panorama musical, su «barraca de feria» ahora es el indiscutible imperio—. Ese lugar es Detroit en los años ochenta. La segunda vida musical de «Motor City»…
En una apabullante primera parte que, sin duda, justifica su consideración de ensayo preceptivo, Dan Sicko, testigo en buena parte de los acontecimientos narrados, se adentra en la disección de los orígenes y eclosión del techno. Su estudio es exhaustivo, puede que con una actitud excesivamente académica en su prosa —curiosa coincidencia y contraste con su traductor al castellano, Héctor Castells Albareda, autor del hondo y apasionado Sideral—. Pero su diligencia y habilidad para maridar siempre el contexto histórico al disco, el sello, la fiesta o el artista en cuestión resulta pasmosa, logrando dotar a Techno rebels de una profundidad inusual. «¡Es la economía, estúpido!»

Así, entendemos como el techno primigenio, entonces denominado progresivo, eran en realidad las sesiones, tanto de clubes, discotecas y locales de ocio, como de los programas de DJs capitales como The Electrifying Mojo, en las que los sonidos funk y disco iban de la mano de la new wave o el synth pop, y donde cabían tantos los B-52, como Prince o Kraftwerk. Con esa diversa banda sonora y, en parte por los recursos disponibles —tecnológicos y urbanos, con ese semi-abandonado centro de Detroit en primer plano— y, por otra, debido a la fascinación futurista hacia las nuevas máquinas y su ulterior cibercultura, Kubrickiana o Bradburyana, germinaría una suerte de movimiento, primero contingente… pronto irrefrenable.
Pioneros fundamentales como Juan Atkins y su sello Metroplex, Derrick May, Kevin Saunderson —también conocidos como The Belleville Three—, o Jeff Mills, 808 State, A Guy Called Gerald, productores del calibre de Carl Craig, Richie Hawtin, o colectivos tan interesantes como Underground Resistance… Las «oleadas» de artistas techno se suceden y Dan Sicko tiene espacio para todos, en una acertada progresión de empresas y efemérides que le sirven para dar cuenta del avance y propagación del techno, que se verá exponencialmente multiplicada con la explosión rave británica… Y con ella la asimilación y, en cierta manera, el olvido o, al menos, la pérdida de control de su «denominación de origen».
Precisamente, es a partir de entonces cuando Techno rebels pierde algo de su incontestable solidez. Pese a que la premisa es más que razonable, mostrar los movimientos —sobre todo europeos— que, a juicio de Sicko, son deudores del techno de Detroit y, de ese modo reivindicar su papel central en la electrónica de las últimas dos décadas, en mi opinión, el libro se acelera y dispersa. La enumeración de productores, subgéneros y estilos, luego apenas comentados en una profusión de mini-secciones, se asemeja más a entradas de una enciclopedia musical, dando la impresión que el autor se hubiese visto impelido a cubrirlos, cuando muy posiblemente no fuera necesario o, en todo caso, demandaría mayor análisis.
Tramo final aparte —no tanto un borrón, sino un añadido seguramente superfluo—, Techno rebels es una lectura de lo más estimulante y completa, un viaje pormenorizado a las raíces, lugar de nacimiento y desarrollo de un género que no solemos —me incluyo, mea culpa— asociar a ideas, vanguardias o legados culturales y cuyo potente, poliédrico relato, sin embargo, merecía ser contado. Y esto lo firma un technófobo, alguien a quien, en principio, este ensayo no tendría que haberle resultado nada interesante…
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