Otro rescate obligado del año pasado. Pero hoy toca uno muy especial, cortesía del enfant terrible británico Stewart Home y el Colectivo Bruxista —nueva editorial en la sección, y creo que es de las que dejan huella, ¡bienvenidos!—. Me refiero a Tainted Love, una novela que, ahí es nada, pone «patas arriba» el género (auto)biográfico, el Swinging London y la contracultura en los años sesenta. Y todo eso usando a su propia madre como personaje principal. ¿Alguien da más?
Nacido en el sur de Londres en 1962, Stewart Home, en realidad Kevin Llewellyn Callan, es un (anti)artista, director, escritor, editor, (ex)skinhead, activista, propagandista político, comunista autónomo, fanzinero (ex)punk, historiador, experto en subculturas, (ex)situacionista, plagiarista, (ex)líder espiritual de la Alianza Neoísta… Como autor, es conocido por sus ficciones paródicas pulp —bien regadas de pornografía, agitprop, arte vanguardista y punk rock—, obras como 69 Things to do with a dead princess (2002), o las novelas Tainted Love (2005) y Memphis underground (2007). En fin, un provocador nato y un tipo absolutamente inclasificable…
… Embarcado aquí en una novela transgresora y «revientamitos». Porque Tainted Love nos lleva al Londres underground de los sesenta —extendiéndose en el tiempo hasta el advenimiento del punk— a través de Jilly O’Sullivan, trasunto de la madre de Home, Julia Callan-Thompson —cuánto es ficción sobrevuela, una pregunta que, felizmente, no hace falta resolver—. Venida desde la Escocia más pueblerina y opresiva, Jilly se codea con la intelligentsia y la socialité de la época, viviendo las más excitantes aventuras… mientras labra, con denuedo, su propia e irreversible autodestrucción.
Ante los ojos del sorprendido, y lo que es más importante, enganchado lector, desfilan Brian Jones, John Lennon, Timothy Leary o William S. Burroughs, entre otros grandes epítomes contraculturales; grandes discos y conciertos —los inevitables Miles Davis y Bob Dylan, o Bert Jansch, por citar algunos, de hecho la editorial se ha currado una completísima banda sonora que tenéis al final del artículo—; así como lugares y acontecimientos en un Londres proteico y tunante. Pero también la prostitución, la mafia aunque se revista de brillantina pop, la policía más abyecta y vil, o la cara más devastadora de la drogadicción.
Ello se debe a que Tainted Love, desde su atalaya narrativa en forma de autobiografía de Jilly, inacabada, inconexa y recompuesta por su hijo Stewart, se asemeja más a una exhumación. La autopsia, más que necesaria, de ese City glamurosa y rebelde, una quimera hagiografiada que respondió al nombre de Swinging London. Ciertamente, Home retrata a una juventud ávida de emociones, cultura y sublevación ante las normas, lo convencional. Pero sus beatniks, ora más bien hippiosos, otras mods, modernistas o situacionistas, han perdido —apenas un par de excepciones— cualquier halo de idealismo. Adiós romanticismo e ingenuidad a lo Kerouac. Hola crudeza yonqui y algo —bastante— nihilista.
La contracrónica de Stewart Home resulta magnética, fascinante y perversa. Por un lado, su disección de las subculturas nos muestra la coalescencia ¿indisociable? de genuinos creadores, revolucionarios y vanguardistas trasnochados —las figuras de Michael X y Alexander Trocchi invitan a saber más—, junto a auténticos vividores y/o delincuentes —esos gemelos Kray—. ¿Hay una escena? Digamos que sí. Difusa, con mil cabezas, la mayoría aterradoras, colisionando y fagocitándose. Por el otro, ignominiosas autoridades aparte, y reservándose las escenas más despiadadas para el Beatle pacifista o el fundador de los Stones, Home plantea las más brutales dicotomías con su generación psicodélica…
Repasemos. En Tainted Love las drogas son el agente subversivo contra lo establecido, enamorados de su teórico halo arcano que hace «diferentes» a sus conversos. Pero también la tirana que dicta el aciago devenir de Jilly y compañía, convirtiéndoles incluso en criminales. Jilly usa su cuerpo para lograr lo que quiere, entroncando con los tiempos de liberación sexual. No obstante, la prostitución conlleva explotación y abuso, especialmente sangrante cuando viene de quiénes han de proteger al ciudadano. O, mucho menos gravoso, la dimensión de la escena, tan reducida en su realidad y tan trascendente en su influencia y mitificación. Dos caras de la misma moneda: efervescencia y miseria de Londres.
Y, finalmente, Tainted Love juega maquiavélicamente con el lector. Stewart Home experimenta, retuerce los límites de la biografía para traernos ficción embebida de teoría cultural, historia contemporánea, un desfile de personajes reales —no leía algo semejante desde LSD de Leary, que también aparece por aquí—, y la propia crónica familiar. Es una estructura que busca adrede cierto caos —bravo Ce Santiago por la traducción— dentro del laconismo de nuestra narradora —con matices, ojo al dolor y agotamiento que va transmitiendo—. Rehuyendo la cronología lineal, sin miedo a dispersarse con episodios surreales, sicalípticos o directamente absurdos. Todo para conocer la verdad, que tiene mil caras, esquivas y excesivas.
Tainted Love es una sorpresa a múltiples niveles. Rebosa ingredientes para ser un batiburrillo de confusión, o al menos una lectura irritante. La amenaza del estéril name-dropping. La amalgama de eventos y personalidades con los que Jill interactúa, que debiera hacer tambalear su verosimilitud —¡diablos! hasta se va a la India buscando la «iluminación» —. Los giros experimentales, como esos psicoanálisis —capítulos que, diría, no funcionan—. Sin embargo, no podría tener más sentido. Stewart Home ha captado con brillantez la vorágine, los contrastes extremos. La comezón y la barahúnda. El ansia de vivir y los peligros de acabar engullido por ella. Las personas tras el ruido y los mitos. Una novela singular y poderosa.
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