Hay algo deprimente en la telerrealidad. Siempre he pensado que, no importa lo rico que sea el personaje, ni su altura intelectual: la vida enmarcada en una pantalla de televisión parece cutre. Ese chándal arrugado que llevamos en casa, esas zapatillas viejas con las que estamos cómodos, vistos en la tele, nos hacen parecer fracasados. Otra certeza que tengo es que todos tenemos peculiaridades, inseguridades, rarezas, que, magnificadas por el montaje y la realización televisivas, nos convertirían en trastornados a los ojos de los demás. Hecha esta pequeña aclaración sobre la manipulación de la imagen catódica, las personas (reales) que protagonizan la fenomenal Tiger King no necesitaban aparecer en televisión -en Netflix- para parecer perdedores o desequilibrados.