Paterson es sencillamente perfecta. De hecho, es mejor que nosotros, espectadores acostumbrados al cine de Hollywood, que durante toda la película anticipamos constantemente el conflicto: en cada personaje, en cada situación, tememos siempre la llegada de una posible desgracia que proporcione el drama que los manuales de guión creen imprescindible en una narración. Pero el film de Jim Jarmusch se desarrolla con la placidez de la cascada del parque que visita repetidamente el protagonista, un conductor de autobús con poemas escondidos en una libreta. Su nombre es Paterson y le interpreta un Adam Driver -visto en Girls y en Star Wars: El despertar de la Fuerza– que encuentra aquí su primer gran papel. Su confirmación. Driver no necesita hablar para comunicar y su rostro se convierte en un resorte cómico que Jarmusch aprovecha al máximo. El actor compone el personaje utilizando sus habituales titubeos adorablemente infantiles y una mirada de estupefacción increíblemente expresiva ante las excentricidades de la soñadora Laura (Golshifteh Farahani) o de los curiosos habitantes de la ciudad. Porque Paterson es también el nombre de una pequeña localidad de New Jersey a la que llegamos a coger tanto cariño como al protagonista, con sus poetas locales –William Carlos Williams, autor de la obra poética del mismo nombre, Paterson (1946-1958)- y con su estatua del cómico Lou Costello (1906-1959), ya sabéis, el de Abbott y Costello contra los fantasmas (1948).