¿Puede ser el político corrupto nuestro personaje arquetípico nacional? Algo así como el cowboy, el gángster o el samurái, cuyas historias siguen siempre unas pautas similares, cimentadas a través de cientos de novelas, películas y series. Nuestro servidor público corrompido, a través de las noticias, ha adquirido también un relato dramático propio cuyas etapas conocemos de antemano. Igual que sabemos que el pistolero del oeste tendrá un duelo final y el gángster morirá para que sea castigada su inmoralidad, en el político reconocemos ya un esquema que se repite: los inicios ambiciosos; seguidos de los tiempos de auge, lujo, influencia y poder; pero luego, la inevitable filtración o chivatazo que lleva a la caída, a la marginación de los que antes eran amigos del alma, al escarnio público, a la pérdida de bienes, privilegios y finalmente, a la prisión. Todos los héroes míticos viven el mismo viaje, aunque cambien los escenarios y los nombres: Julián Muñoz, Juan Antonio Roca o Luis Bárcenas.