Siempre he evitado la camaradería masculina, esos grupos de ‘amigos’ -ahora son chats- en los que se habla mal y pronto, en los que se suelen escuchar comentarios y bromas machistas, homófobas y racistas. Como si lo políticamente correcto estuviese prohibido, los corrillos de hombres muchas veces se convierten en un ‘quién dice la mayor burrada’ y en mirar de reojo preguntándose si el chiste esconde una convicción real más que reprobable.