Anochece en Barcelona. Y un espejo la recorre. Para destacar su parte más íntima. Sin prisas y sin apenas ganas. Porque da mucha pereza. Y es que nuestro guía no siente que se pueda hacer de otro modo. Por lo pronto, ya nos aclara de antemano que nos recibe en un café y, con él, estamos invitados a bostezar.