«El mundo es una máquina de tortura gigante. Indestructible e imparable, ideada por los hombres. En el orden del mundo, Dios es un juguete peligroso».

Y así durante 134 páginas. En este torrencial Érase una vez el fin, que nos llega de la mano de Anagrama, el escritor —entre muchas otras labores, de descargador en astilleros a músico— gijonense Pablo Rivero quema todos los puentes, emprende la revolución más violenta e infructuosa, escupe más vitriolo del que John Lydon jamás será capaz de imaginar, boxea sin guantes, con los nudillos desollados. Hasta que el KO sea definitivo. Reíros de Nietzsche, Donald Ray Pollock o el punk más corrosivo. Si Rivero se parece a algo, es más bien a Kropotkin dinamitando a conciencia la humanidad. Sólo con su pluma.