En un plano hacia el final de Elle -Globo de Oro a la mejor película en lengua no inglesa- unos trabajadores pintan una pared de color amarillo y le preguntan a la protagonista, Michèle Leblanc, si le gusta dicho color. Ella responde que sí y la escena pasa como si nada. Pero la tonalidad elegida podría querer decir que el director, Paul Verhoeven, ha abordado esta película como si se tratase de un giallo, subgénero cinematográfico italiano, pariente del thriller y padre natural del slasher. No sé si la referencia al amarillo es deliberada, pero este film -uno de los mejores de 2016- tiene sin duda elementos de las historias de Dario Argento, Sergio Martino y Lucio Fulci. Como en el giallo, Michèle es acosada por un misterioso hombre que cubre su rostro con un pasamontañas, aunque en este caso no se trate de un asesino en serie, sino de un violador. Claro que, la propia Michèle, es hija de un asesino múltiple, por lo que el tema de la muerte está presente en esta historia. El otro gran tema es, por supuesto, el sexo. La tensión entre el amor y la muerte, Eros y Tánatos, es siempre el subtexto en esas películas italianas sobre crímenes de los años 60 y 70 -también su principal reclamo- como también lo es aquí, en Elle. La protagonista establece relaciones de amor/odio con todos los personajes que la rodean. Sin excepción, todos están unidos sentimentalmente a ella, dependen de ella, pero también serían capaces de agredirla de alguna forma.