Todavía recuerdo la noche que mi padre me hizo ver Perros de paja. Ese auténtico terror ante lo que sucedía ante mis ojos. Ese disgusto y ganas de mirar hacia otro lado en esa escena terrible, atroz, interminable —ya sabéis cuál—. La repugnancia absoluta ante cada uno de los personajes, ante esa espiral de violencia y locura visceral. Recuerdo gritarle a mi padre por qué me estaba haciendo ver eso. Que la película de Sam Peckinpah era horrible. Pero cuando Dustin Hoffman arranca el coche con esa mirada flotando en la más remota galaxia, no solo el estómago me daba vueltas. La cabeza iba a mil por hora. Pocos films se han atrevido a explorar el abismo más insondable de los seres humanos con esa valentía y fuerza. Sé que ha habido un remake bastante reciente, pero creo que no vale la pena ni mencionarlo —Hollywood nunca aprende—…