Resulta fácil imaginar a Michael Collins enterrado en el delirio acumulativo de una colección de discos de vinilo de los 60 y 70, cogiendo al azar cualquiera de ellos y poniéndose como ejercicio el componer una canción inspirada en él. A eso suena su proyecto Drugdealer: a profundo conocimiento de lo más lustroso y lo más oculto de una época pasada, con la asombrosa capacidad para recrearlo en forma de canciones que son nuevas y originales, pero que parece que han estado con nosotros toda la vida.