Siempre he pensado que eso que llamamos ‘cine de autor’ puede ser el equivalente a tener un buen amigo. En las películas de François Truffaut, Woody Allen o Xavier Dolan siempre se escucha la misma voz, las mismas preocupaciones, la misma forma de entender la vida. Si congeniamos con esa voz, tenemos a un amigo para toda la vida, que puede hacer películas mejores o peores, pero que suele ser fiel a sus ideas. Por eso siempre he pensado que hay que desconfiar de esos que dicen que Woody Allen ya no hace buenas películas o que Quentin Tarantino se repite, o que Martin Scorsese no volverá a ser el de Taxi Driver. Porque esos son capaces, también, de abandonar a sus amigos.