Según tenemos entendido, las víctimas de un accidente mortal se marchan al Otro Mundo con un souvenir nada desdeñable: Por su mente cabalgan endiabladamente los recuerdos más intensos de su ya extinguida vida. Cuando el afectado es alguien tan distinguido como Albert Camus, parece ser que valdrá la pena asistir a ese desfile final de emociones personales. O no. Decídamoslo al final de esta crónica.