La imagen clímax de dos enamorados que corren cogidos de la mano, mientras en segundo plano vomita un niñato irlandés que ha bebido demasiado, podría resumir las intenciones del director y guionista John Carney. Le conocéis de sobra por Once (2007) y Begin Again (2016), películas que mezclaban lo romántico y lo musical, así que ya sabéis de qué palo va este señor. Aquí nos cuenta básicamente lo mismo -los sueños como combustible del motor de la felicidad- aunque rebajando considerablemente la edad de sus protagonistas: ahora se trata de chavales de instituto. Sing Street es como mezclar Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000) y The Commitments (Alan Parker, 1991). Hay una parte de mí que se lo pasó muy bien viendo esta película, pero también hay otra que siente una gran vergüenza por admitirlo. La película tiene la energía que transmiten esos chavales que intentan montar un grupo de música, inspirados por todas aquellas bandas ochenteras con hombreras y demasiado maquillaje: The Cure, Duran Duran, Spandau Ballet.