Llevamos unos cuantos años de suerte. Pequeñas editoriales independientes con muy buen gusto y aún mayores arrestos se atreven a publicar obras magnas que parecían condenadas al olvido, o a rescatar talentos aún por descubrir. Son “la resistencia” en un mundo editorial que, sino fuera por ellas, estaría lastimosamente dominado por esas fiestas/galas de entrega de premios rebosantes de caspa y casta, donde se conocen los ganadores con un año de antelación. ¿Se me entiende, verdad?