David O. Russell siempre me ha parecido un director que busca con demasiado ahínco la gran película. Tiene cintas estupendas como Tres reyes (1999) o The Figther (2010), pero su ambición se nota sobre todo en obras oscarizables como La gran estafa americana (2013) o Joy (2015), films desequilibrados, excesivos, pretenciosos, pero también intensos, con momentos brillantes y, sobre todo, apoyados en interpretaciones sobresalientes.