Tras Sant Jordi, y gracias a Contra, me adentro en uno de los libros más extraños, retorcidos y, admitamoslo, morbosos, que servidor haya leído jamás. Se trata de Starlust. Las fantasías secretas de los fans, del británico Fred Vermorel. Un ensayo convertido en extravagante clásico de la cultura popular sobre la figura del acólito impenitente. O, más concretamente, sobre la psique y el comportamiento del seguidor acérrimo, a través de sus propios testimonios y, sobre todo, confesiones más íntimas. Psicoanálisis, star-system y sociología, en una lectura singularmente «distinta», por tanto incomparable.
Pionero del análisis sobre la cultura de fans y el famoseo, los escasos datos disponibles sobre Fred Vermorel apuntan a todo un «personaje». Escuela de arte —Harrow Art School—, mayo del 68, conductas ácratas y escandalosas, situacionismo… y Malcolm McLaren. Testigo de excepción de la explosión del punk y parte del circo de su grupo más icónico, junto a su mujer Judy escribió Sex Pistols: The Inside Story (1978). Le siguieron otras inusuales biografías sobre Gary Numan, Adam & The Ants o Kate Bush, esta última muy controvertida porque Vermorel llegó a acosar a la artista. Algo que entronca con la dupla Starlust (1985) y Fandemonium! (1989), sorprendentes exploraciones del fenómeno fan. Entre sus trabajos posteriores, tenemos libros sobre Vivienne Westwood, Kate Moss, la Reina Victoria, un true crime situacionista en el mundo de la moda… En fin, un auténtico «perro verde».
Starlust es el resultado de cuatro años de investigación, centenares de testimonios recogidos y otras tantas horas de entrevistas trasladadas al papel. El conjunto es una especie de tratado de la neurosis, extrema, delirante, con David Bowie, Marc Bolan, Boy George, The Police, Barry Manilow o Nick Heyward como objetos —¿o excusas?— de la obsesión, y que en el volumen se muestra en una variada compilación de sicalípticos sueños, febriles entradas de diarios o enajenadas notas y cartas a los artistas. En resumen, una mirada abisal a la idolatría transformada en… ¿enfermedad?
Porque enfermizo es el calificativo que le sugiere a uno la lectura de, al menos, dos tercios de Starlust. Los variopintos textos, traslaciones de los pensamientos y deseos de los fans, van de lo procaz y masturbatorio —muy abundantes y gráficos— a lo directamente esquizoide, sin olvidar lo profundamente angustioso. Pulsiones sexuales, perversiones varias, compulsiones maníaco-depresivas —incluidas tendencias suicidas, junto a pasajes escabrosos en grado sumo—, descritas con una intensidad que aturde y abruma a partes iguales —aplauso especial para la traducción del legendario Ibon Errazkin, vaya aguante—.
Claro, ello redunda en una lectura a veces repetitiva —mi interés por las fantasías sexuales con Manilow es bastante «limitado»—, y otras directamente desagradable. Admito que han sido varios los momentos preguntándome «¿por qué estoy leyendo esto?» y, sobre todo, «¿cuál es el propósito del libro?» Sin embargo, este va revelándose sin demora a medida que uno avanza. En Starlust, los fans son verdaderamente de carne y hueso, lúbricos y devotos hasta lo paroxístico, a veces frágiles, otras firmes en sus fervores. Personas atrapadas en un espiral de atracción que va mostrando sus patrones y características harto particulares.
Y es que Vermorel está recabando en qué consiste el fanatismo mediante las aportaciones de sus actores principales: la conjunción entre el deseo físico —normalmente reprimido, aquí campando a sus anchas—, el pseudomisticisimo consustancial a la música y el misterio respecto al músico —multiplicado por mil si es Bowie—, y la histeria comercializable y, por tanto, explotada. Starlust refleja ese «otro lado», que apenas se había explicado anteriormente —si acaso, de forma edulcorada—, de la relación entre los fans y las celebridades.
Es un relato mucho más oscuro, entre la subversión y la desesperación de vidas apenas conectadas a la realidad. Además del acosador, el pajillero y el tarado, en Starlust leemos a la joven aislada en su peligrosa tristeza suplicante, incapaz de lidiar con su ominoso —en comparación— día a día; el sexo no disfrutado, o las parejas buscadas sospechosamente similares al músico; o ese matrimonio insostenible… por culpa del dichoso Manilow. Proyecciones frustradas de un ideal de felicidad inalcanzable en sus relaciones —¡esto antes de las redes sociales!— que pueden tornarse en conductas malsanas. Léase con precaución.
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