Había ganas de contar con Libros Walden en nuestra sección literaria —esa colección de cultura popular atesora y promete grandes momentos— y, como se suele decir, «la ocasión la pintan calva». Porque la editorial acaba de publicar Sigo siendo el mejor, dice Johnny Angelo, segunda novela del escritor británico, legendario crítico musical y enfant terrible del rock’n’roll Nik Cohn. Pura mitología de las cuatro cuerdas y vehemente homenaje a la efervescencia de la juventud trasladada al papel.

Escrita por Cohn en 1964 —vería la luz tres años después—, cuando el londinense tenía tan solo diecisiete años, en Sigo siendo el mejor, dice Johnny Angelo, el autor del seminal Awopbopaloobop Alopbamboom: Una historia de la música pop, o el artículo que sería el germen de Fiebre del sábado noche, no se anda precisamente con rodeos. Ni remilgos. Y es que, desde la primera página de esta iniciática y breve novela, dedica todo su talento narrativo a construir un personaje larger than life: Johnny Angelo, el epítome de la estrella del rock. Inabarcable, inalcanzable, incendiario, inverosímil. Casi una deidad… condenada al destino más rockero posible, «dejar un bonito cadáver» porque es «mejor morir que hacerse viejo».

Johnny Angelo es el cruce, tan perfecto como imposible —aunque el propio Cohn habla del músico y actor PJ Proby como inspiración—, de Elvis, Tommy y los Beatles —escena «más grande que Jesucristo« incluida—. Un macarra precoz, convencido de su inconmensurable singularidad e irresistible carisma ya de niño, decidido a vivir en su propia película, entre El rock de la cárcel, McVicar y The Warriors, una que le aleje de la amenaza del tedio, la vulgaridad y las limitaciones de la sociedad bienpensante y represora. Un rompecorazones con la pose, la violencia, el caos continuo y transgresor —apocalíptico también— y la música como leit motivs. Atila con guitarra, tupé y zapatos de gamuza azul…

En Sigo siendo el mejor, dice Johnny Angelo el personaje es la historia y la historia es el personaje. Grandilocuente, amoral, excesivo, sexual, peterpanesco en su cínica y egoísta insolencia. Y, a partir de él y su viaje sin retorno hacia la fama y, al mismo tiempo, la autodestrucción, Nik Cohn pergeña una «fábula mod», en palabras del insigne prologuista Kiko Amat —no podría haber mejor opción—, que se mueve entre el tributo apasionado y la andanada nihilista con cierta crudeza y oscuridad —la «torre de marfil»  de esa Colina en la que Angelo vive aislado y angustiado, reverso lúgubre de Graceland— en su tramo final. Una epopeya en la que este Johnny Angelo, como Elvis, fue rey todopoderoso —sino, leed al gran Greil Marcus—, caricatura y, finalmente, leyenda inmortal.  

Con más estilo que sustancia, el tiempo quizás haya restado sorpresa a la novela, porque el arquetipo del rockero pendenciero, rebelde sin causa y «líder de la manada» es un lugar más que común, y lo extremadamente peculiar, rocambolesco de la trama, tiene menos credibilidad que una portada de Ok Diario. Sin embargo, la prosa de Cohn, todo ritmo y encomiable economía de palabras, arrolla por su entusiasmo y agresividad rozagante. Además, ¿acaso el rock no es artificio y quimera? Sigo siendo el mejor, dice Johnny Angelo es el contagioso, irrefrenable, espíritu de Little Richard hecho verbo… y libro.