Sentimientos encontrados al escribir esta crónica. Por un lado, el martes en la Sala Apolo pudimos constatar que Savages son una banda que están más allá de hypes, pasatiempos de temporada y webs de música que en realidad hablan de sexo o moda –o también de sexo Y moda-. El cuarteto londinense tiene personalidad, discurso y un directo sencillamente espectacular. Pero por el otro, ayer pudimos constatar que los hypes, el “postureo” y Steve Jobs van a acabar con la música alternativa.

Uno se ha acostumbrado a que los teloneros sean el “patito feo” de los conciertos. Poca gente –además jugaba el Barça, menuda put***- y nada respetuosa con el grupo, en este caso Dead Forest Index. Ciertamente, quizá el dúo de dark folk -menuda etiqueta más caprichosa-, atmósferico, tenso, pero algo plano, no fuera la propuesta más indicada para la ocasión, pero entristece comprobar cómo la gente no tiene ningún respeto con las personas que intentan ofrecernos algo encima del escenario.

Savages arrancaron con I Need Something New, algo así como Bauhaus hubiese renacido de sus cenizas para sacudir los cimientos del aletargado siglo XXI. Y es que arrancar un concierto con un tema desconocido para el público -al menos el nacional- y nada fácil, largo, con Jehnny Beth salmodiando, en trance, la coda que da título al tema, se puede entender como una declaración de principios, un primer reto a la audiencia. Puesta en escena austera, una convicción arrolladora y cuatro músicos que forman un todo, Savages, robusto, fiero, y absolutamente demoledor en el escenario.

Acto seguido llegaron Strife y City’s Full, para regocijo de los presentes, aliviados por reconocer los temas y comprobar como las cuatro féminas literalmente se comen el escenario, con mención especial para el riff de guitarra en Strife, deudor de Jimmy Page, que en manos de Gemma Thompson sonó como una ametralladora, o la marcha marcial, telúrica, propulsada por la alucinante batería que es Fay Milton. Además, para un servidor, Jehnny Beth pasó automáticamente a convertirse en una heroína personal, al solicitar, con toda educación, que durante una hora, se acabasen los flashes y móviles, para concentrarse tan solo en la música. ¿Lo consiguió? Desgraciadamente no, pero al menos,¡chúpate esa, Steve Jobs!

Tras I Am Here, le tocó el turno a Shut Up, la primera “traca” de la noche. Ominosa, brutal… y como sencillo que es, coreada por los hipsters. Me temo que esa es la naturaleza del “postureo”, aparentar el máximo interés en la canción que conocen, y luego pasar del resto del concierto para contar como lo han dado todo en su red social preferida. Menudo asco.

Ajenas a la estulticia mayoritaria, Savages volvieron a dar un giro a la noche con la doliente Waiting for a Sign, donde Beth parece transmutarse más que nunca en Patti Smith, a la que sucedió la versión del Dream Baby Dream de Suicide. Nuevamente temas lentos y largos, densos, en los que la atmósfera sustituye a la abrasión, pero dónde la sección rítmica se transforma en una abrumadora maquinaria pesada de sonidos y sensaciones. Una pena que la gente prefiera seguir el concierto desde sus WhatsApp o explicando porqué el Tata Martino había salido con un 4-4-2 contra el City en vez de disfrutar del trabajo extraordinario de Milton y la bajista Ayse Hassan.

Tras el remanso de paz, entre muchas comillas, la tormenta perfecta. She Will -sí, el público también conocía ésta- fue el terremoto que el concierto demandaba para callar a los charlatanes y hacer que los presentes reconocieran, al menos por un instante, que estamos ante el debut -cruzemos los dedos- de una banda destinada a los libros de historia de la música. O si prefieren una versión menos rimbonbante, She Will es un pepinazo, y en directo, es gigante.

El punk vitriólico de No Face hizo de puente antes del otro cañonazo, esperado por todos. Hablamos de Husbands, y su espiral de amenaza, agresión, turbulencia, locura. Una rodaja de postpunk oscuro y aterrador, surgido de las entrañas y ejecutado con mortal virulencia por el grupo, teniendo que volver a destacar la alucinante potencia de bajo y batería.

Sin dar tregua, Savages se lanzó con la espídica y sucia Hit Me -¿alguien ha dicho grindcore?- en la que Jehnny Beth tuvo que volver a pararse para reprender a un energúmeno que se había lanzado desde el escenario sin pensar en las personas ajenas a su necesidad de llamar la atención.

Y como comenzaron, se despidieron. Otro tema nuevo, otra declaración. La explícita Fuckers, hermana de su versión de Suicide, canción río muy extensa, eminentemente instrumental y circular, y asalto sónico en toda regla –Milton y Hassan, lo digo por tercera vez, sois increíbles- que la audiencia aprovechó para contarse lo mucho que habían disfrutado el concierto. Lamentable. En fin, Savages 5- la Barcelona del postureo 0.

Fotos: Rafa Piera