Seguimos con lecturas musicales aparecidas en los estertores del 2020 con Satán es real, las memorias de Charlie Louvin, la mitad de los legendarios Louvin Brothers, en colaboración con el escritor Benjamin Whitmer, que nos trae Es Pop. Los entresijos de una época y un género poco habitual, apenas tratado en nuestro país, en el terreno de las biografías musicales: el country, de los años cuarenta hasta el comienzo de los sesenta, en un viaje fascinante —del Sur profundo al Ryman Auditorium de Nashville, nada menos— y sorprendentemente brutal.
Procedentes de Henagar, Alabama, en plena Sand Mountain al sur de los Apalaches, Ira (1924-1965) y Charlie Loudermilk (1927-2011), conocidos como los hermanos Louvin, son una referencia obligada del folk estadounidense, considerados padres del denominado close harmony —preponderancia de los juegos y armonías vocales, junto a la impronta clave, de góspel y bluegrass—. Un estilo propio que se convertiría en reconocida influencia para luminarias de épocas pretéritas y actuales, como los Everly Brothers, Gram Parsons, los Byrds, Uncle Tupelo, Kris Kristofferson, Emmylou Harris, Nick Cave o los Raconteurs.
Pese a un tortuoso primer tramo de carrera, los Louvin grabaron doce álbumes entre 1947 y 1962, tuvieron trece canciones en las listas de éxitos del country y se convirtieron en miembros del mítico Grand Ole Opry desde 1955. Las diferencias entre los hermanos —más específicamente, la imparable locura autodestructiva de Ira— llevaron al dúo a separarse en 1963. Ya en solitario, Charlie fue nominado cuatro veces a los Grammys, contó con colaboradores de excepción como Elvis Costello o Jeff Tweedy en su disco homónimo de 2007, y siguió en activo hasta su fallecimiento en 2011 por un cáncer de páncreas.
Toda esa historia se da cita en Satán es real. Pero hay mucho, mucho más. Para empezar, un extraordinario relato de la dura vida de los Loudermilk en los Apalaches, que emparenta a estas memorias con, ahí es nada, Una infancia de Harry Crews —traduce el insigne Javier «Dirty» Lucini, las piezas encajan—. Familia de granjeros de exiguos recursos, dominada por un cabeza de familia avinagrado e implacable, la infancia y adolescencia de los hermanos Louvin fue de una crudeza pasmosa, marcadas «a fuego» por la recolección de algodón, la religión y la música. Niños de la Gran Depresión que hallaron no sólo solaz e inspiración en esta última. Sino la alternativa, harto complicada, para cambiar su sombrío destino.

Sostenido por una narración transparente y siempre ágil, desarrollada en capítulos breves, Charlie Louvin nos detalla su peculiar trayecto al estrellato del country. Por un lado, el proceso de creación del «sonido Louvin» durante los cuarenta, una ecléctica fusión de los espirituales cantados en la iglesia —u obligados por su padre ante las visitas—, las espeluznantes baladas tradicionales aprendidas de su madre —cierto australiano siniestro approves—, las bandas rurales de sus alrededores, figuras trascendentales como Roy Acuff, o las noches de radio escuchando bluegrass y folk. Por el otro, ese deseo —malsano en el caso de Ira—, pura rebeldía y desesperación, de abandonar la esclavitud del campo… y el yugo familiar.
Es un tránsito al éxito apasionantemente sinuoso y revelador. A las estrecheces económicas y la incertidumbre de un dueto que no lograba «dar con la tecla», se le añaden los episodios en el ejército, matrimonios y terribles problemas conyugales, así como las evidencias del carácter explosivo de Ira —el Pete Townshend de las mandolinas—, «palos en las ruedas» que truncaban su progresión en el country. La descarnada prosa de Charlie Louvin rehuye la épica o los subrayados. A cambio, no escatima un ápice en mostrarnos las virulentas contradicciones que caracterizaron a los hermanos o la realidad, nada glamurosa, del género —atentos a la aparición de Hank Williams—. Satán es real es pasión por la música. Miedo y devoción religiosa. Infinitas millas de carretera polvorienta. E infinita visceralidad y turbulencias.
De hecho, cuando la aceptación popular, el dinero y el reconocimiento del «planeta country» llega, sobre todo a partir del hit «When I stop dreaming» en 1955, también se agigantan los problemas. A la amenaza del rock & roll, a la vuelta de la esquina —esa gira con el mismísimo Elvis, epítome tanto del «cambio de guardia musical» como del voluble temperamento de Ira—, se suma el camino a la perdición de su hermano. El padre de familia y profesional respetuoso, frente al alcoholizado vividor, atormentando por sus inseguridades y demonios internos. La historia de los hermanos Louvin estaba condenada a acabar en tragedia. Aunque una mitad logró seguir adelante… y vivió para contarla.
Hay algo —bastante, en realidad— de esa literatura sucia, hiperrealista, en Satán es real, lo que supone una refrescante «vuelta de tuerca» a las biografías musicales. Porque Louvin y Whittmer dotan al texto de una tensión y acrimonia nada usual en el género, sin que decaiga el interés —acaso el cierre del libro, más convencional—. No le falta nada. Orígenes, éxitos, fracasos… y peleas a tutiplén. Discos y temas esenciales. Anécdotas y vivencias —ratificando además lo grande que fue Johnny Cash, protagonista de los encuentros más emocionantes del libro— por doquier. Pero, aún más importante, todos estos elementos están al servicio de mostrar al lector qué era el country pretérito. Parte indisociable de una forma de vida.
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