En El cantar (2009), el hipnagógico debut de Roldán, ya se apreciaban, de forma aún balbucientes, las coordenadas de lo que sería la obra musical del inclasificable músico Juan Carlos Roldán, que podían andar entre el primer Sr. Chinarro oscuro, surrealista y jocoso y un Captain Beefheart desprovisto de rabia, moviéndose parsimonioso e imprevisible por las notas de una guitarra acústica de la que conseguía extraer un jugo singular.

En este nuevo disco, la continuación de los notables, aunque irregulares, Tetrata y Espero que dure, Roldán acierta al armonizar todas las extravagancias de su música en un elixir aromático y narcótico, que te atrapa y te lleva a través de sus siete canciones, algunas de extenso minutaje, en las que muestra una sorprendente paleta de colores iridescentes y textos que son auténticas chifladuras conceptuales acerca de insospechados poderes psíquicos, que atrapan a las entendederas y las introducen en un laberinto lógico, igual que lo haría una idea de Miguel Noguera.

El disco embriaga con sus toques de bossanova cubista, que mira a los clásicos del género, pero sobre todo a outsiders como Arto Lindsay, pero también agita con su psicodelia hipnótica de repetitiva arquitectura kraut. El autor, vinculado a músicos de otros proyectos inclasificables y geniales, como Kiev cuando nieva o Lorena Álvarez y su banda municipal, no deja en ningún momento de sorprendernos con sus armonías atípicas, sus somnolientos susurros, sus imaginativos arreglos y sus ritmos sinuosos. Desde la tropical Ocasión, dedicada a “la pulsión del error”, hasta el hipnótico ritmo reggae de Tus poderes, Roldán despliega su personal mundo con una dulzura y un magnetismos nunca vistos hasta ahora.