Hablemos de flamenco, de fusión y del siglo XXI, pero aunque sea por un momento, hablemos de todo eso dejando que Rosalía salga de la sala. Porque evidentemente, hay otros caminos en los que el inabarcable imaginario sonoro del flamenco puede tomar nuevas formas que lo conviertan en eternamente vigente. Y aquí es donde llega Quintín Vargas, un músico de Lebrija que muta en corsario musical bajo el nombre de Quentin Gas, flanqueado por la apisonadora psicodélica de Los Zíngaros.
Tras armar mucho ruido con Caravana (2017), en la que brillaba el ya célebre Deserto Rosso junto a El Niño de Elche (otro que encaja perfectamente en esta ecuación), Quentin Gas & Los Zíngaros no han tardado en redoblar su propuesta con un proyecto muy ambicioso que nace con la idea de ser trilogía, aunque empiece por el capítulo 2 (si George Lucas nos fundió las mentes infantiles empezando su saga por el capítulo IV, aquí no podíamos ser menos). Tan alto han apuntado, que han precisado ayuda de la NASA y del fantasma de Kubrick. A la agencia espacial le deben las ondas sonoras de los diferentes cuerpos astrales, que en teoría –tenemos que creerlo- han sido incluidos como un instrumento más en cada canción; y al malogrado director de cine se le debe la portada, extraída de un fotograma de la quincuagenaria 2001: Una Odisea en el Espacio.
Ignoro si fue el propio Quintín el que definió su música “como si Camarón hubiera grabado con Tame Impala entre Sevilla y Londres”, pero no se me ocurren manera más gráfica de definir este Big Bang del que salen quejíos, psicodelia, sintetizadores, pop y melodías en modo frigio.
Con una contundencia rockera incontestable (que, por añadir alguna referencia más, me recuerda a la versión andaluza de lo que Kula Shaker intentó hacer con la música hindú en plena eclosión del Britpop), esta Sinfonía Universal nos introduce en la nave Esperanza para narrarnos una odisea de ciencia ficción inspirada, a su manera, en Matrix. Todo está perfectamente hilvanado e incluso cuenta con algunos motivos recurrentes que le da a la cosa un halo sinfónico que en ningún momento llega a sonar caduco o panoso. De hecho, el pasaje musical que se presenta tanto en Obertura como en Interludio tiene su momento de gloria en el tema de cierre, Oberon, donde la banda se emplea a fondo para generar una tensión épica de las que eleva al oyente a lo más alto.
Acompañemos a Quentin Gas & Los Zíngaros en este viaje. Las emociones fuertes están garantizadas.
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