Libros del Kultrum regresa a la sección con Q. Autobiografía de Quincy Jones, las memorias de un personaje absolutamente fundamental en la historia de la música. Palabras grandilocuentes que, sin embargo, no admiten discusión a la hora de desgranar la vida de este polifacético músico —pianista, trompetista y cantante—, compositor, director, arreglista y productor. Icono de la música negra. Figura clave del jazz, big bands, bandas sonoras, pop, incluso hip hop. Colaborador de los más grandes. Magnate de la industria. Y, en sus propias palabras, un «tunante» de cuidado. En definitiva, una leyenda con muchísimo que decir.
Aunque debería considerarse un sacrilegio, entre que su nuevo milenio ha sido lógicamente discreto —la edad no perdona—, y que las generaciones Y y Z hacen «tierra quemada» de todo lo que no ocurrió ayer, vale la pena resumir la alucinante trayectoria de Quincy Jones. Nacido en 1933 en Chicago, «Q» ha tocado, arreglado o compuesto —atentos— para Lionel Hampton, Count Basie, Elvis Presley, Dizzy Gillespie, Billie Holiday, Frank Sinatra, Aretha Franklin, Ella Fitzgerald o Sarah Vaughan, entre infinidad de otros. Produjo Off the wall, Thriller y Bad de Michael Jackson. Ha ganado 28 Grammys, siendo nominado 80 veces. Es responsable de casi 40 bandas sonoras entre cine y televisión, destacando las de El prestamista, A sangre fría, La huida, El color púrpura, Ironside o El show de Bill Cosby. Echad un vistazo a las 40 páginas finales cronologando su carrera, y empezaréis a entender la dimensión del autobiografiado.
Publicada originalmente en 2001 —uno de sus escasos puntos débiles, nos faltan dos décadas de relato— Quincy Jones no se anda con demasiados rodeos. Tiene tanta música y vivencias que contar que no hay tiempo para ello. La excepción sería su infancia y adolescencia, entre el South Side de Chicago y Seattle, donde narra la compleja y crucial relación con sus padres, especialmente perturbadora respecto con su madre Sarah Frances, a la vez que un panorama económico-social poco halagüeño. A partir de ahí, y con la aparición estrella de Ray Charles, amigo íntimo e inspiración decisiva, Q no tiene desperdicio, sorprendiendo por su dinamismo y naturalidad, que disfrutamos gracias a la solvente traducción de Luis Murillo Fort.
De hecho, Q adquiere una apabullante y entretenidísima velocidad de crucero cuando Quincy Jones, aún púber, aterriza en 1950 en Nueva York y comienza a trabajar con las bandas que tocaban en los clubes de jazz de la ciudad. Muy pronto, su genial precocidad le llevará a relacionarse con luminarias del género como Thelonious Monk, Charlie Parker, Duke Ellington, Gene Krupa o Miles Davis y formar parte de las big bands de Lionel Hampton o Dizzy Gillespie en sus giras por Europa. Pero aún hay más para el hiperactivo Quincy, que se marcha a París a estudiar composición con Nadia Boulanger, conociendo de paso a astros de la talla de Leonard Bernstein, Aaron Copland o Pablo Picasso. Y esto es solo el principio…

Porque Quincy Jones no baja precisamente el pistón en los 60. Tras un fascinante —para el lector, para él un mal trago— a la par que ruinoso periplo con The Jones Boys, su primera big band propia, «Q» vuelve a casa y se convierte en vicepresidente de Mercury Records —pionero afroamericano en la industria—. Produce o ejerce de arreglista de muchos de los nombres ya mencionados, a los que suma los de Peggy Lee, Tony Bennett o Little Richard, aunque las mejores anécdotas —increíble la de la flota del Pacífico— son de otro compañero —y juerguista— fiel, Sinatra. Inicia su fructífera carrera discográfica en el jazz y el jazz fusión. De la mano del siempre infravalorado cineasta Sidney Lumet, irrumpe con fuerza en el mundo de las bandas sonoras. Y vira hacia el pop, con éxitos mayúsculos como los logrados con Lesley Gore. Sin duda, los años de «su fiesta»…
Sin perder comba, en la crónica de los 70 y 80, Quincy Jones aparca algo de su desenfreno anterior. Ello le permite entrar en terrenos más personales. De lo familiar —padres, matrimonios fallidos, paternidades «mejorables»—, a sus achaques de salud debidos a un devenir tan intenso y disoluto —quizás el otro pero del libro, la «oscuridad» apenas se vislumbra—. O su compromiso por los derechos civiles —antes sólo incipiente, apuntado en episodios sobre el evidente racismo patrio—. Por supuesto, también son las décadas de su celebérrimo trabajo junto a Michael Jackson. Su acercamiento a los sonidos urbanos —excelente capítulo «Del bebop al hip hop»—. O su labor como productor audiovisual, con bombazos como El color púrpura o El príncipe de Bel-Air. También para detallarnos su papel en la creación de esa infamia llamada «We are the world». Aunque para entonces, el lector ya le perdona cualquier cosa.
¿Agotados? Me dejaba para el final dos aspectos más a destacar de Q. Uno es el notable apartado fotográfico. El otro, gran acierto, es que estas memorias, en lógica primera persona, se complementan con capítulos a cargo de personas clave en la vida de Quincy Jones. Su hermano Lloyd, varios de sus hijos, su ex Peggy Lipton. Músicos como el súperbajista Buddy Catlett —firmante del estupendo «Vivir La Música»—, el saxofonista Jerome Richardson, el rapero Melle Mel o el mismísimo «Brother Ray». Incluso «el Padrino negro», Clarence Avant, otro capo pionero en la industria, hace acto de presencia. Sus miradas apuntalan o nos brindan otro lado de la historia. Esa es la palabra que define esta lectura. Q es un puro y entusiasta recorrido por la historia de la música contemporánea a través de uno de sus referentes. Apasionante.
Entradas recientes
- The Rolling Stones, “Hackney Diamonds” (Gold Tooth Records/ Atlantic Records, 2023) 2023-12-05
- Que nadie duerma 2023-12-05
- Peter Gabriel, ‘i/o’ (Universal, 2023) 2023-12-04
- Grandaddy están de vuelta 2023-12-04
- Ducks Ltd. anuncian su segundo trabajo 2023-11-30