El último recuerdo que tengo de un concierto de los Pixies es de hace muy poco: fue en marzo de este año y compartían cartel con TV On The Radio, Basement y Weezer en el Madison Square Garden de Nueva York. Fueron lo mejor de la noche y, debido a la cantidad de grupos que tocaban, el setlist fue de sólo 16 canciones (14 clasicazos y dos concesiones, una al penúltimo álbum –Classic Masher– y otra al que estaban a punto de publicar –On Graveyard Hill–). Como siempre, las canciones fueron cayendo sin prácticamente tiempo para coger aire y, sorprendentemente, las luces estuvieron muy cuidadas (nada del horror habitual de contras y poco más).

El concierto de La Riviera iba a ser un poco distinto, especialmente porque sabíamos que caerían alrededor de 40 canciones (Doolittle, Come On Pilgrim y Surfer Rosa fueron los discos clásicos de los que tocaron más canciones), y eso daba un poco de miedo: ¿se podía hacer largo un concierto de Frank Black y los suyos? La respuesta es que no, pero con matices.

El grupo apareció en el escenario de una sala La Riviera a reventar (hacía semanas que no quedaban entradas) pasados diez minutos de las 9 de la noche, y calentaron motores con Cactus (con el escenario prácticamente a oscuras). Una vez que arrancaron, ya no hubo un solo segundo de descanso. Fueron enlazando canciones sin dar tiempo a que el público siquiera aplaudiera. El sonido era potente y compacto. Quizá demasiado compacto. Faltaba ese toque de frescura que han ido perdido con el paso de los años (es algo que le pasa a la mayoría de los grupos), pero Frank Black demostró que su voz se mantiene estupendamente. David Lovering y Joey Santiago cumplieron con creces (hubo algún solo de Santiago digno de mención) y, aunque Paz Lenchantin no es Kim Deal (sobre todo en la voz), encaja bien con el resto de la banda.

Todo iba de maravilla, especialmente cuanto más contundentes eran los temas que caían, y los pocos que tocaron al principio del nuevo álbum encajaban de maravilla con los clásicos (Graveyard Hill es más que correcto y St. Nazaire no tiene nada que envidiar a otros temas antiguos en los que Frank Black también se desgañita).

El ritmo frenético bajó un poco, que no la calidad, con Wave of Mutilation y Classic Masher, pero a mitad de concierto llegó el primer bajón con Los Surfers Muertos, This Is My Fate y Catfish Kate (esta última funciona algo mejor). En esta gira han decidido que tienen que presentar su nuevo trabajo, Beneath The Eyrie, pero no era necesario que lo tocaran entero. Hay canciones muy buenas que enseguida enganchan al público (y alguna mediocre), pero al tocar varias seguidas y sin criterio alguno para mantener el ritmo del concierto, hacen que la gente se descentre y alguno empiece a mirar su reloj.

Era fácil animar de nuevo al personal y que se volviera a ver algún pogo por las primeras filas. Tan solo tuvieron que tocar temazos como Planet Of Sound, Here Comes Your Man, Mr. Grieves o Where Is My Mind (uno de esos terribles momentos de sala llena de móviles levantados y grabando). Y así siguieron hasta casi el final del concierto: bombazo tras bombazo (Bone Machine, Monkey Gone To Heaven, …), intercalando alguna canción del nuevo disco. Pero, cuando llegábamos al final, decidieron tocar seguidos dos de los temas más flojos de Beneath The Eyrie, y enfriaron de nuevo un muy buen concierto que iba a terminar con dos glorias; un Debaser cortado abruptamente y un Gigantic que sirvió para dar un poco más de visibilidad a Lenchantin y cerrar una noche muy buena, pero con algún momento flojo. Sólo con que reduzcan los temas del nuevo álbum a 3 o 4 conseguirán un setlist de fábula. ¿Estamos dispuestos a darles una nueva oportunidad?