Decir que Contra es toda una referencia en lo que se refiere a libros sobre música o deportes a estas alturas resulta una obviedad. Pero es que, además, desde hace dos años la editorial ha iniciado una singladura literaria de lo más atractiva, rescatando joyas del injusto olvido como los relatos del gran John O’Hara o una de las primeras obras maestras del no menos brillante Tim O’Brien. Ahora toca añadir otra, que responde al título de Perelmanía. Los mejores relatos de humor de S. J. Perelman, la primera antología de la obra cómica del autor neoyorquino, algo así como el «eslabón perdido» entre Groucho Marx y Woody Allen, que aparece en nuestro país.

Nacido a principios del siglo veinte y fallecido en 1979, Perelman, «el ser humano más gracioso del mundo» según el propio Allen —quien firma el breve pero hiperbólico prólogo y cuyo imprescindible Sin plumas tiene aquí un manifiesto precedente—, dejó una más que generosa, ingente colección de ficción breve con más de medio millar de historias pergeñadas durante más de cuarenta años de trayectoria, publicadas en su mayoría en The New Yorker. También ejerció de guionista para cine y televisión, siendo responsable de los textos de Pistoleros de agua dulce y Plumas de caballo de los hermanos Marx, y obteniendo un Oscar en dicha categoría por la La vuelta al mundo en ochenta días. Combínese con el exotismo de un consumado viajero, unos aires de petimetre que dejarían a cualquier hipster a la altura del betún, y una concienzuda, obsesiva labor en la «cincelazación» de cada una de sus historias, y ya tenemos un perfil aproximado —gracias a la introducción del libro, sin desperdicio— de este histrión dandi del lenguaje llamado S. J. Perelman.  

Los cuarenta y dos relatos seleccionados en Perelmanía son un festival del absurdo, la palabra rimbombante y la anécdota —con frecuencia el pistoletazo de salida del cuento surge de un artículo curioso o un cotilleo de revista del corazón— convertida en febricitante pretexto para armar sus sátiras, en realidad sañudos «aguijonazos» sobre la sociedad norteamericana. Y desde los mismos títulos de las piezas, dislates en mayúsculas y negrita del calibre de Azótame, papi posimpresionista, Cinco bicepitos, y de cómo se fueron volando o Para mí lo eres todo, más impuestos municipales, Perelman está retando-invitando al lector a perderse —a veces, sin posibilidad de encontrarse— en una desopilante y virtuosa francachela continua, barrocamente aliñada de palabros de toda índole, sofisticadas anfibologías, elitistas neologismos y una verbigracia apabullante. En ese sentido, mis más sinceras congratulaciones a la labor de David Paradela López en la traducción. A buen seguro extenuante, pero de resultados primorosos.

Es cierto que tanto uso ponderativo del lenguaje, tanto abigarramiento y pomposidad semántica puede resultar demasiado para más de un lector. Al final, todo ser humano tiene un límite de schmalzs y bolas de matzo que puede tolerar sin visitar el hospital —o el manicomio—. También lo es, a mi juicio, una reiteración de estructuras que puede acabar siendo algo fatigosa, caso de los relatos que avanzan en base a ficticias, inverosímiles correspondencias, aunque luego uno pueda encontrar descacharrantes gemas literarias como las floripondiadas misivas entre el mismísimo líder político indio Nehru y su tintorero de Sin almidón en el dhoti, s’il vous plait o, con la misma «temática», o la menos glamurosa pero aún más divertida Eine kleine polillamusik. Por eso creo que Perelmanía funciona mejor en pequeñas dosis, degustándose con pausada fruición, como si fueran «excursiones» diletantes y en prosa de la realidad, en forma de «espejos» hilarantemente deformados de la misma.

De este modo, cuando el lector se encuentre frente a frente con episodios absolutamente maravillosos como Yo siempre te llamaré Schnorrer, mi explorador africano, con Groucho Marx como invitado especial, la feliz locura de No soy ni he sido nunca una matriz de carne magra o las jocosas peripecias de piezas como ¡Habrase visto! ¿De dónde han salido ese par de zánganas con curvas de guitarra? o Demasiada ropa interior malcría al crítico, por citar tan solo algunas, disfrutará plenamente la originalidad, atolondramiento y riesgo de los relatos de S. J. Perelman.