¡Que raro es descubrir a un autor por sus memorias! Pero eso es exactamente lo que me ha sucedido con Gary Shteyngart y Pequeño fracaso, que acaba de aterrizar en nuestro país, gracias a Libros del Asteroide, tras cosechar excelentes críticas en Estados Unidos el año pasado –incluido en las listas de los mejores libros del año de más de 45 medios anglosajones, top ten de The New York Times, finalista del National Book Critics Circle Award…–. ¿Cómo puede una autobiografía escrita por alguien que apenas supera la cuarentena, escritor para más inri –después de Bukowski, las vidas de los escritores y la palabra emocionante son antónimos– ser interesante y merecer tantos parabienes?.

En mi opinión, la primera pista la encontramos en el propio nombre de su autor. Para empezar, Gary Shteyngart no es Gary, sino Igor, nacido en Leningrado, Rusia, en 1972, y cuyo nombre fue americanizado al llegar junto a sus padres a la “tierra de las oportunidades” a finales de los setenta. Y la segunda la tenemos en el propio título del libro. Pese a estar considerado como una de las plumas estadounidenses más destacadas de su generación, Shteyngart es todavía un pequeño fracaso –failurchka, en imaginativa fusión de ruso e inglés– para sus padres, como demuestra el “cariñoso” apelativo de su madre.

Sus dificultades de adaptación en el “nuevo mundo”, su crecimiento y evolución como persona hasta la actualidad, su peculiar e hilarante relación con sus padres, personajes técnicamente secundarios pero capitales en la obra –con sus furibundos ataques de ira, sus desopilantes insultos y amenazas de divorcio, también sus miedos, supersticiones, anhelos y amor por su hijo–, y la compleja ambivalencia de sus sentimientos acerca de Rusia son los varios ejes de unas memorias tremendamente divertidas. Y sin embargo, el humor nunca hace renunciar a Shteyngart a la carga de profundidad y, por qué no decirlo, también a exponer las amarguras y tristezas propias del relato de la inmigración, las renuncias y los sufrimientos que vienen asociados con todo aprendizaje y las dificultades para encajar. Así, además de provocar una buena dosis de risas, las páginas de Pequeño fracaso están impregnadas de una honestidad y ternura inusual, que nos hace empatizar inmediatamente con la historia de los Shteyngart de una forma especial. Como si mi querida Días de Radio hablase de los 70 y no de la edad de oro de las ondas, tuviera lugar en Kew Gardens y no en Rockaway Beach, y la familia judía hubiera aterrizado en Nueva York gracias al programa “cereales por tecnología” firmado por los presidentes Jimmy Carter y Leonid Brézhnev. Días de Guerra Fría y Buck Rogers.

Así, como si fuera el guión de la película nunca filmada por Woody Allen, rememoramos los primeros años en la entonces URSS del pequeño, debilucho –otro de los apodos preferidos por su padre– y timorato Igor, su traición a la patria –uno de los capítulos se titula Ya somos el enemigo– en forma de descacharrante viaje-exilio con parada en Italia y, ya en Queens, su transformación en Gary. El choque entre el modo de vida comunista y el capitalismo –de la bici regalada por el vecino a ese “la abuela tiene televisor” son impagables– depara un sinfín de viñetas, fragmentos de una vida, tan memorables como reveladores para el lector. Por ejemplo, el capítulo de la circuncisión, o el de Gary Ñu y las novelas El desafío e Invasión del espacio exterior, que se leen con el corazón encogido, entre la objetiva comicidad de las situaciones mezclada con el cariño que nos despierta la fragilidad del crío abriéndose paso en un entorno complejo. No se puede impostar, no se puede trucar, no se puede engañar al lector. Shteyngart logra conmover, al mismo tiempo que nos hace reír y nos explica tantas cosas… Para eso hay que ser un gran escritor. Uno de los buenos.

A medida que las memorias avanzan y el autor-protagonista se hace mayor, Pequeño fracaso adquiere una lógica más áspera. Los problemas de adaptación que se han ido arrastrando ahora son traumas. Los estudios y la presión para convertirse en lo que “se espera de él”, el amor, el sexo y sus frustraciones, la vida bohemia y… escribir. Entre borracheras, excesos, decepciones y humillaciones varias se cuela una angustia vital que, cuál perenne herida abierta, flagela a Gary. Por supuesto, hablamos de un problema de identidad, de no pertenecer a ningún sitio, de sentirse un farsante allá donde vas pero, sobre todo de la falta de una comunicación sincera y verdadera con su entorno, en especial sus padres. –“¿Qué le dices a alguien que siempre se mantiene en silencio?”–escribe Shteyngart. Razvod. Divorcio. Mudak. Gilipollas. Razvod. Divorcio ¿Cómo se responden las preguntas que nunca se hicieron? Todas las familias tienen algo de psicóticas, todas tienen algo de Fellinianas, Allenianas y Almodovarianas, incluídas las de origen ruso. El drama y la comedia universal de la vida. Para intentar evitar la fractura en ciernes, a distintos niveles, habrá que ir hasta el origen del problema. Y en Pequeño fracaso eso es tanto un lugar como afrontar de una vez por todas las contradicciones de toda existencia. Recomendadisima lectura… y autor al que habrá que seguir de cerca.