Nuestra querida editorial Contra sigue empeñada en ser la responsable de buena parte de nuestras lecturas imprescindibles en el terreno musical y, al mismo tiempo, desfondar nuestras estanterías —no publican libros, sino tomos monumentales, catedralicios—. Pero si hasta la fecha se habían dedicado a ofrecernos lo bueno y mejor de géneros y artistas internacionales —ahí están Shakey, Energy Flash en el 2014 o Nuestro Grupo Puede Ser Tu Vida en 2013— ahora, de la mano del periodista musical Nando Cruz, se adentran en el indie nacional. Terreno cenagoso no, lo siguiente.
Si la empresa ya era ambiciosa de partida, Nando Cruz la ha convertido en una aventura titánica, transformando su investigación en la versión patria tamaño Big Big Big Mac de Por favor, mátame de Legs McNeil. Si aquél celebrado libro narraba la historia del punk dejando a los protagonistas hablar, recogiendo sus impresiones y recuerdos de forma coral, Pequeño Circo hace lo propio gracias al más de un centenar de entrevistas concedidas por la gran mayoría de los “actores” que fueron parte de aquella generación, que podemos encuadrar tras el ocaso de la Movida Madrileña y, más o menos, hasta el final de la década de los 90. Hablar de “libros definitivos” no suele tener demasiado sentido —afortunadamente— pero imaginar una obra más completa que esta se antoja muy complicado. Así que, antes de entrar en materia y valoraciones propiamente dichas, debemos celebrar la mera existencia de Pequeño Circo. Por fin un ensayo serio, poliédrico y rico, sobre la historia reciente de la música creada en nuestro país.
Nando Cruz estructura el libro geográficamente, en lo que es una primera conclusión: el indie español tuvo múltiples y muy diversas caras. Un conglomerado de pequeñas escenas que habla a las claras de la deslocalización, pero también de la falta de unidad del ¿movimiento?. De Gijón a Malasaña, de Granada a Mallorca. De Burlada a Barcelona. El mapa del indie español es una torre de Babel —una torre más bien modesta, se entiende— cuyos cimientos rápidamente se revelan sorprendentemente frágiles. ¿Pies de barro? No adelantemos acontecimientos.
Los testimonios hilvanados en esta suerte de conversación múltiple van tejiendo un fresco monumental, por el que desfilan miembros de muchos de aquellos grupos —tanto los efímeros como los pocos que aún siguen vivitos y coleando—, junto a los responsables de sellos discográficos, productores, promotores y periodistas musicales. Lógicamente, gracias a su colección de voces, no hay una sola conclusión —los buenos libros no son unidireccionales—, pero sí existen “sólidas mayorías” —es año electoral, que le vamos a hacer—. Unas líneas maestras que, por qué no decirlo, en algún caso escuecen. Resumimos:
1.- Anglofilia. El indie-rock norteamericano, el indie-pop británico, C86, el shoegaze, 4AD, Sarah Records… Influencias que, bien entendidas, no supondrían problema alguno, todo lo contrario. Pero la cosa se complica cuando, en demasiados casos, la querencia por ciertos grupos se transforma en mera copia. Cuando el DIY son en realidad conciertos infumables. Y, sobre todo, cuando la preferencia por ciertos estilos y referentes sirven para practicar una suerte de exclusivismo musical, en realidad puro y lamentable esnobismo social. Uno de los aspectos más interesantes del libro.
2.- Falta de compromiso social. Otro de los “puntos” candentes, y que más pólvora lleva generando en los últimos tiempos, a raíz del breve ensayo Indies, hipsters y gafapastas de Víctor Lenore —y que también aporta sus contundentes opiniones en Pequeño Circo—. Apenas hay excepciones y casi todos los participantes en la obra admiten un distanciamiento de la realidad social del momento. Palmario es el nada baladí detalle sobre el uso del inglés por parte de varios grupos: no había nada que decir, así que mejor disimularlo con el idioma. Otro tema es la abrupta asociación de indie con pijo o clase social alta. Los hubo claro, pero la riqueza de voces de Pequeño Circo rápidamente pone la peligrosa generalización en su sitio. En cualquier caso, el asunto más espinoso del libro.
3.- Industria made in Spain. Mucho kamikaze y algún que otro timador ¿profesional? Dinero fácil y rápido en años de bonanza y despilfarro, a menudo con la connivencia gubernamental —¿a qué os suena?—, impagos criminales y deudas absurdas. A veces parece una versión cutre de la bacanal sin frenos del Lobo de Wall Street, pero luego te das cuenta que en realidad explica a la perfección porque ganan las elecciones los de siempre en este país…
4.- Cero ventas. Con la gran excepción de Dover y algún otro, contado, fugaz, a distancia sideral este punto queda tajantemente claro. El indie no dio un duro. Pero ¿a alguien le sorprende eso? ¿Esa es la forma de medir su repercusión? La respuesta a ambas preguntas es evidente…
5.- Una nueva prensa musical. Más bien un pequeño gueto periodístico, nacido en los efímeros fanzines, y con escaso espacio para la crítica. Casi entendible —de Beatles y Stones ya estamos hartos de oír que son lo único que vale la pena, y de las radiofórmulas mejor ni hablamos— el asunto empieza a ponerse peliagudo cuando el gueto se vuelve bunker y sólo se mira el ombligo. Y luego tenemos las penosas, muy tristes rencillas en Radio 3, que comen aparte.
6.- Nula influencia. De nuevo, los matices importan. Mucho de lo publicado y alabado no aguanta el paso del tiempo. Muy cierto y lógico. ¿Qué hubo mucho de hype y, en proporción, no tanto “que rascar”? También lo compro. ¿Pero que el indie español no ha dejado legado? El FIB y el Primavera Sound siguen bien vivos y sólo la legión de imitadores o grupos que “beben” de Los Planetas no tiene fin…
Llegamos a la conclusión: ¿y entonces, qué valor tuvo el indie nacional? Pues a tenor de muchos de los entrevistados en el libro, y la mayoría de críticas del mismo que he podido leer, ninguno. Fue una gran estafa, un desastre total, una abominación inflada por unos pocos, un cortijo endogámico, insustancial, puramente hedonista y elitista… Lo siento, pero no estoy nada de acuerdo. Aún admitiendo que buena parte de esos calificativos pueden estar justificados, una época en la que nacieron y crearon parte o toda su música bandas como Lagartija Nick, Surfin’ Bichos, Family, Penelope Trip, Nosoträsh, Manta Ray, Le Mans, La Buena Vida, El Niño Gusano, Astrud, Los Planetas —atentos a los parlamentos y “visiones” de Jota en el libro, por cierto—, o el Sr. Chinarro no puede lanzarse a la basura así como así.
Dicho esto, insisto, Pequeño Circo es un oasis en el panorama nacional del libro musical. Historia, ensayo, análisis y, sobre todo, debate, en una obra magna, de ambiciosos objetivos y gran alcance. Y que además, deja al lector la responsabilidad de sacar sus propias conclusiones. Recabar el máximo de información, de las mejores fuentes, para poder pensar por uno mismo. En definitiva, indispensable, necesaria lectura.
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