Un arpa, un piano, un acordeón, una flauta y varias guitarras acústicas –entre ellas, una especie de ukelele con forma de guitarra– es lo que nos encontramos sobre el escenario, nada más llegar a un abarrotado Teatro Lara (las entradas se habían agotado días antes). A eso de las once de la noche salía el artista londinense para presentar una primera canción al piano (London), y aquí ya pudimos comprobar que no iba a ser un concierto al uso. Wolf venía con ganas de hablar y de contar anécdotas, y a cada canción le precedió un monólogo. Fue especialmente graciosa la historia que contó antes de atacar Pigeon Song: en el viaje de Barcelona a Madrid, le pusieron una película en la que Drew Barrymore intentaba salvar a unas ballenas que estaban en peligro. Al parecer, era el único pasajero que estaba atento a la película y acabó llorando a moco tendido. El formato que eligió es perfecto para contar este tipo de anécdotas y compartir algo más que sus canciones con el público. Además, él está encantado y, encima del escenario, se vuelve una diva (dijo que no le gustaba ver los vídeos de sus actuaciones porque se veía demasiado blando). Gesticula y juguetea con su pañuelo –la interpretación de The Libertine con el pañuelo haciendo de Burka fue de lo más divertido de la noche– o se frota el pecho mientras interpreta una canción. Pero también hay espacio para momentos más tristes e intensos, y es capaz de parar una tema que es demasiado emocional para él porque lo escribió en una época de su vida en la que estaba muy vulnerable (Wind In The Wires), o hacer un monólogo de varios minutos hablando de lo absurdo de las guerras y el terrorismo, para luego tocar una bonita Oblivion al ukelele.

Tuvo unos cuantos momentos musicales sublimes, algo que no es extraño, ya que cuenta con una gran voz y un gran talento como multi-instrumentista. Pero hubo un par de ellos que fueron especiales: El primero fue la interpretación que hizo del Into My Arms de Nick Cave, que, aunque la hizo muy parecida, sonó muy creíble y emotiva. El otro fue antes de acabar la primera parte del concierto, donde nos ofreció un medley de Bermondsey Street y The Magic Position, con el que todo el mundo acabó dando palmas en sus butacas. Justo antes de estos dos temas, hizo un discurso a favor de la libertad de expresión, y del derecho a elegir a la persona a la que amas, que fue el más largo de todo el concierto. No era para menos, ya que la propia Bermondsey Street está dedica al hombre que ama. Tras este momentazo, se fue al camerino, pero volvió a los pocos segundos (ya no eran horas para alargar demasiado el concierto) e interpretó una divertida The City, en la que cambió la letra para hablar de Madrid y del Prado. Vuelta al camerino y nueva salida (esta vez solo) para tocar una intimista Souvenirs y alargar la duración del concierto a casi dos horas.

Quizá el formato no es el más adecuado para un concierto de esta duración y, aunque toca muchas de sus grandes canciones (no faltaron Time Of My Life o Hard Times), hay momentos en los que se hace un poco cuesta arriba. Afortunadamente, su simpatía y su desparpajo encima del escenario, logran que uno olvide los momentos más tediosos. Un notable para él.

Fotos: Adolfo Añino

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