Mi querida Sajalín se está marcando un estupendo cierre de este infausto 2020 y uno tiene que hacerse eco, faltaría más. Para empezar, con la recuperación de Pánico al amanecer de Kenneth Cook, un Al Margen con todas las letras largo tiempo descatalogado en nuestro país. Un subversivo y perturbador clásico de la literatura australiana. Una breve, sin embargo rotunda, novela sobre nuestro lado más oscuro. Una cruda pesadilla faustiana bajo el peculiar manto de ese territorio mítico-delirante conocido como el Outback. 

Nacido en Lakemba, Nueva Gales del Sur, en 1929, Kenneth Cook fue un tipo de múltiples quehaceres. Reputado periodista, guionista, presentador de televisión y escritor, además de lepidóptero aficionado —montó la primera granja de mariposas de Australia— y político —cofundó el partido Liberal Reform Group en 1966, contrario a la guerra de Vietnam—. Autor de diecinueve obras de ficción, varias publicadas bajo seudónimo, entre las que destacan esta Pánico al amanecer, su debut en 1971, con celebrada adaptación cinematográfica en 1971 y miniserie en 2017, y la trilogía de libros de relatos humorísticos formada por El koala asesino, El lagarto astronauta y El canguro alcohólico —todos publicados por Sajalín—. Falleció en 1987, de un ataque al corazón, en Narromine, Nueva Gales del Sur.

No tarda ni un segundo Cook en ponernos en situación. Al joven John Grant, único profesor en la remota población de Tiboonda, en el corazón del país, le esperan sus socorridas vacaciones con el final del curso escolar. El plan es disfrutarlas en Sydney —promesas de mar, civilización y, quizás, un anhelado reencuentro—. Pero para volar hasta la costa, primero debe pasar por Bundanyabba, peculiar localidad minera donde pernoctará… y perderá la cabeza en una travesía demencial de excesos, salvajismo y el afloramiento de su propia naturaleza más brutal.

Como bien apunta Kiko Amat en el certero y jocoso prólogo, Pánico al amanecer recuerda poderosamente a un wéstern a lo Sam Peckinpah. La atmósfera malsana. La corrupción —no sólo policial—. La amenaza de la violencia, casi permanente una vez Grant pone un pie en Bundayabba, explotando de forma indeleble, catártica —un ritual iniciático— a la vez que repulsiva, en las páginas de la escabrosa cacería. La sucesión de acontecimientos grotescos resulta paroxística, entre lo absurdo y lo atroz, no obstante, revelador. Porque Cook, como en el mejor cine del director californiano, a través de su personaje y en apenas un puñado de días de cogorza permanente y actos deplorables, nos está hablando de ese mal —sobre todo masculino— que se lleva dentro… 

Y es que Pánico al amanecer, junto a su pegada inmediata y ritmo sin altibajos —doscientas páginas que se devoran de un plumazo, cortesía asimismo de la traducción de Pedro Donoso—, tampoco oculta una feroz radiografía a un tipo de carácter y comportamiento. No es de extrañar que el libro levantase ampollas en su época, siendo criticada por mostrar un retrato absolutamente desolador del australiano «de interior», digamos un redneck de las antípodas —Harry Crews estaría orgulloso de la «fauna» que pulula por el pueblo— que sólo sabe beber, jugarse sus ahorros en las apuestas y hacer «cafradas» en general —con armas de fuego, a poder ser—. Sin embargo, no creo que la novela de Cook sea puramente «local».

Y es que puede resultar risible esa suprema obsesión por la cerveza fría, sólo parcialmente explicable por ese sempiterno calor que llena de polvo las gargantas… Hasta que uno piensa en las fiestas ilegales o la angustia social generada aquí por el cierre de bares en plena pandemia. No, es algo más. Algo mucho más profundo, soterrado y universal, que transcurre entre líneas y brota, comedido, entre tanta orgía barbárica. Más que la deriva de un hombre en una región hostil, en Pánico al amanecer asistimos al aquelarre de un ser frustrado, en feroz conflicto —laboral, sexual, existencial— consigo mismo, presto a implosionar en toda su magnitud y podredumbre. Podría ser en la asfixiante Australia profunda. O en cualquier otro lugar.

Pese a ser una primera novela, Pánico al amanecer es redonda. Siendo muy puntillosos, podríamos considerar que el lector debe establecer algún que otro compromiso con Cook para asumir que semejante ingesta de alcohol sea concebible. Que tan escasos chelines den para tanto. O que Grant pase de una ensoñación romántica a la visceralidad más iracunda en determinados pasajes. Menudencias ante el poder de un escritor capaz de hacernos sentir el peso, colosal, implacable, del paisaje y la climatología —elemento básico del libro y la literatura australiana—. De trasladar ejemplarmente los espacios solitarios y horizontes infinitos al papel. Y de lograr ir más allá, introduciéndonos en el abismo humano que conduce a la náusea tras una jarra de más… Soberbia lectura.