Que Ted Lewis se ha convertido en otro de los autores de referencia dentro de la indispensable colección Al margen de nuestra querida editorial Sajalín es algo indiscutible. Lo sorprendente es que el mancuniano tenía otro «as en la manga» más allá de la saga de su icónico Jack Carter. Se trata de este No solo morir, publicada originalmente en 1980 —dos años antes de su muerte— y aparecida en nuestro país antes de finalizar el año pasado, con traducción al castellano de Damià Alou. Una novela criminal cruda y enfermiza.

La trama «motriz» de No solo morir es clásica: traición y ajuste de cuentas. Nuestro protagonista y narrador, George Fowler, es el implacable líder de una organización criminal radicada en Londres cuyo tejemaneje principal es la industria del porno, cuando descubre que uno de los suyos —la sospecha principal se cierne en los alcabaleros a su servicio— se la está jugando, probablemente en connivencia con archirrivales como la banda de los hermanos Shepherdson, además. Por supuesto, Fowler no va a quedarse de brazos cruzados, comenzando junto a su taimada esposa Jean y su sanguinario sicario Mickey Brice una serie de enrevesadas y escalofriantes pesquisas, que incluyen la tortura y la «liquidación» de quien obstaculice la «investigación». Venganza y violencia. Pero esto es solo la mitad del relato…

Porque, en paralelo, el lector se ve sumido en otra historia, inmediatamente posterior a los acontecimientos del párrafo previo, en la que nos topamos con un Fowler semi-recluido y progresivamente asolado por la paranoia en la población costera de Mablethorpe, en el condado de Lincolnshire, lugar al que ha huido en un movimiento desesperado tras lo que va revelándose como una concatenación de errores y desastres en la gran ciudad. No solo morir se configura entonces en una sugerente y vertiginosa novela «bipolar», construida en dos tiempos fatalmente destinados a converger.

La dicotómica estructura del libro, entrelazando los capítulos en la gran urbe con los del pueblecito —titulados «Londres» y «El mar» respectivamente— puede aturdir al lector al principio, con Ted Lewis «bombardeando» nombres y situaciones aparentemente deshilachadas ahora «a toda pastilla» —en los primeros—, luego de forma más meditabunda y crepuscular —en los segundos—. Sin embargo, ese espídico sentido del ritmo, con numerosos y sucintos capítulos «armados» en base a cortantes diálogos, alternados luego con los pasajes más introspectivos, junto al permanente músculo de la trama, va transformando la confusión inicial en un engranaje de precisión absorbente, que impele a seguir leyendo con fruición. Además, la combinación entre acción y alucinación otorgan a No solo morir un «aroma» diferente, más allá de los arquetipos habituales del género negro. Sobre el papel, la novela podría ser un hardboiled sin detective ni, por asomo, héroe alguno. Pero la pesadilla gana la partida…

Y es que, al menos para quien escribe, los episodios en Mablethorpe resultan particularmente fascinantes, con una pátina de sordidez y terrorífico misterio almacenado en rollos de película, bungalows recónditos de ambientes malsanos, personajes fantasma, accidentes surreales y visitas inesperadas. La sensación de opresión y desasosiego permanente de Fowler, a punto de abrazar la locura, está magníficamente trasladada al papel por Ted Lewis. A uno le viene a la cabeza la gran Zeroville de Steve Erickson, que podría ser un primo lejano y sci-fi del libro que nos ocupa. O se imagina lo que podrían hacer dos ilustres David, Fincher y Lynch, expertos en atmósferas turbias y obsesiones humanas llevadas al paroxismo, con tan buen material en sus manos.

Aunque no debe olvidarse quién es el narrador, puede que algún secundario mereciera un mayor desarrollo, como por supuesto Jean, en las antípodas de la femme fatale, o la mujer «florero», tan tradicionales en el género negro, o James, capital aliado de Fowler. Y, sin duda, éste no posee el carisma de Jack Carter. Pero No solo morir no le anda a la zaga. Primero, porque la complejidad de esta novela es mayor que la saga del sicario del Swinging London. Es todo un logro equilibrar la dualidad de la obra, tanto estructural como a nivel estilístico-tonal, sin perder un ápice de tensión narrativa. Y, segundo, porque consigue maridar el desarrollo de la trama digamos común, con un elemento de ensoñación que se torna en terror psicológico, lo que convierte a No solo morir en no solo una novela negra, sino en una empresa literaria de envergadura resuelta con notable brillantez y destinada a perdurar.