«Nadie me conoce / Ni mi psiquiatra, ni la alcachofa de la ducha / Ni mi taza de café, ni mis pestañas / Nadie sabe nada de mí / Nadie me ha descubierto todavía”
(Nadie, poema de Inma Luna musicado por Niño de Elche)
Puede que aún Niño de Elche esté por descubrir entre el gran público y para el aplauso unánime de los medios “de lo que se lleva”; pero cuando sea descubierto, el mundo va a temblar, porque lo suyo es una de las bofetadas más eruditas y talentosas que se le han dado a los cimientos del flamenco desde los tiempos en que los De Lucía, Camarón, Morente y demás compañía se atrevieron a juguetear con los palos sagrados.
Francisco Contreras, “Niño de Elche”, es indudablemente un cantaor serio, muy capaz de generar “oles” a su paso en cualquier concierto de flamenco más o menos convencional. Pero él ya hace tiempo que decidió que ceñirse a los palos no bastaba, y que su “quejío” podía resultar mucho más estimulante y relevante si se ponía al servicio de todo tipo de exploraciones sonoras y estilísticas.
Voces de extremo podía calificarse como su “disco indie”, ya que viene avalado por parte de Pony Bravo (produce el teclista Daniel Alonso y colabora Darío De Moral), y por la solera que proporcionan los estudios La Mina de Raúl Pérez. Con todo, raro es encontrarse en el “indie” nacional, ni en cualquier otro género, tanta inventiva y tan exitoso afán exploratorio. Por las bases instrumentales de cada una de las diez piezas se intuyen influencias del kraut, del new age, del ambient, del Qawwali o del pop.
La garganta de Niño de Elche desprende flamenco cada vez que emite cualquier sonido, si bien, sus elecciones melódicas muchas veces juegan a huir de cualquier referente obvio. Esto, unido a un generoso jugueteo con los efectos de sonido en la voz, le convierten en un ser mucho más poderoso que un “simple” cantaor.
Y poderío es justamente lo que hace falta para acometer estos textos, el último elemento diferenciador (y quizás el más importante) de Voces del Extremo. El título hace referencia a los encuentros poéticos que la Fundación Juan Ramón Jiménez celebra en Moguer (Huelva), donde se vertebran y se amplifican los textos (ultra) críticos, (ultra) sociales, y (ultra) políticos de lo que se ha dado en llamar la “poesía de la conciencia”.
Niño de Elche hace suyos diez de estos textos, donde no se deja a títere con cabeza, no importa cuan a la derecha o cual a la izquierda (los palos a Carrillo en El communista son de aúpa). Pocos cantautores de la actualidad han tirado el bisturí de esta manera para acometer, más bien a machete, una disección quirúrgica de algunos de los males que han generado el estado de indignación en el que vivimos (o las injusticias en otros lugares del mundo, como se denuncia en Canción de corro para niño palestino, o en Informe para Costa Rica).
La implicación es tan directa y despiadada, que se corre el riesgo de que el disco resulte excluyente para aquellos que manejen ideas diferentes a las aquí esgrimidas. Una pena, ya que visto objetivamente (si tal cosa es posible) como obra artística de denuncia, o incluso como propuesta lírico-musical, estamos ante uno de los trabajos más apabullantes del año.
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