Hasta hace bien poco, asociábamos Night Beds, el proyecto unipersonal del veinteañero Winston Yellen, con el folk introspectivo y con las últimas mutaciones de la música de raíces americanas, todo ello plasmado con gran éxito en su debut discográfico Country sleep (2013). Esas referencias iniciales convierten a este Ivywild en el mayor salto al vacío estilístico que haya dado un artista entre su primer y segundo disco desde que a Terence Trent D´arby le dio por quedarse sin fans con el reivindicable Neither fish nor flesh (1989).
Porque lo que aquí encontramos, desde el confrontador inicio con los seis minutos de collage sonoro de Finished, es un caótico conglomerado de sintetizadores, ritmos programados, autotunes y demás artefactos de uso común en el RnB, debidamente sazonados de otros instrumentos más, digamos, orgánicos, como guitarras acústicas y eléctricas, o secciones de cuerda y metales.
Resulta que Yellen prefiere de momento no adscribirse a ningún sonido específico sino más bien definirse por su capacidad para adaptarse a cualquier cosa que alimente su curiosidad. De hecho, es ahora cuando confiesa que las canciones de su debut eran las primeras que hacía en esa onda, que fueron fruto de la inspiración pasajera durante una estancia en una vieja casa que perteneció a Johnny Cash. Igual de sobrado, detalla que, antes de meterse de manera casi obsesiva en el mundo que ha dado forma a Ivywild, no se había enfrentado nunca antes a una caja de ritmos o a un sampler. A juzgar por lo efectivo de los resultados, talento no le falta al chico.
Además, lo que no ha cambiado es su mayor y más incontestable arma: su emocionante y rasposa voz, a la que solo se le podría achacar un cierto mimetismo exagerado con la de Ryan Adams (aunque ahora que los estilos de ambos se han separado tanto, ya no hay tanto de lo que preocuparse; de hecho, una de las razones que da Yellen para buscar nuevos horizontes es que no quería verse convertido en “un tristón como Ryan Adams o Elliott Smith”). Como dato curioso, recomiendo escuchar la canción All in good time (I get you wrong interlude), en la que podemos escuchar la convivencia entre el personaje actual de Night Beds, y una casi “folkie” sección final. que es de lo poco que queda del espíritu de aquel primer disco.
El problema es que quizás sea demasiado pronto como para que Yellen se mueva por el mundo con aires de genio, lanzando un disco tan caprichoso y ambicioso, con 16 canciones y más de una hora de duración. Los aciertos, que los hay y que pueden disfrutarse una vez nos recuperamos del shock inicial, se ven eclipsados por otras piezas que caen en un mar de excesos o que no terminan de afinar la puntería hacia la nueva dirección. Un trabajo de edición y auto-censura hacia una obra más concisa quizás habría evitado las actuales reticencias mostradas por la crítica y por su viejo público.
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