Hace apenas un añito, nuestra querida editorial Contra se estrenaba en la ficción literaria rescatando veinticinco de las mejores historias breves del escritor norteamericano John O’Hara en el indispensable volumen La chica de California y otros relatos. Afortunadamente, la apuesta por el magnífico e injustamente soslayado autor de Pottsville, Pensilvania, se ve redoblada en este 2017 con este Natica Jackson, donde se recuperan dos de sus nouvelles o relatos largos más celebrados e inéditos hasta la fecha en nuestro país.  

Publicado originalmente en 1966 —como parte de la colección de cuentos Waiting for Winter—, Natica Jackson, además de dar nombre al libro que nos ocupa, es una auténtica joya. Situado en el inmediatamente reconocible Hollywood de los años treinta, O’Hara nos introduce en la vida de la señorita Jackson, incipiente integrante del star system, cuyo imparable ascenso al «Olimpo» de la fama va a verse sobresaltado a partir del fortuito encuentro, un trivial accidente de coche, con Hal Graham, alguien en las antípodas del glamour del séptimo arte.

Como es «marca de la casa», los diálogos, siempre dinámicos, efervescentes, cimentan la narración que discurre fluida y liviana mientras O’Hara recrea los entresijos de un rodaje, los tejemanejes de avispados agentes, los anhelos de honestos directores y, en general, la vida disoluta, cínica —con sus visiones pragmáticas sobre el mundo, los negocios y el amor—, chismosa y fugaz del mundo del cine. Natica Jackson parece un relato ligero, delicioso gracias a la privilegiada pluma de su autor y la redondez de su fuerte, decidido, personaje principal, muy alejada de la pusilánime mujer que las películas —y la época— parecen demandar, pero algo insustancial. Entonces, en la página 75, O’Hara nos presenta a Beryl Graham, esposa de Hal, y cuatro páginas más allá nos descubre que ella «nunca había tenido ocasión de expresar el desprecio que sentía por su marido». Y todo salta por los aires: Hollywood, el tono falsamente trivial, el romance, la familia, los hijos, el secundario papel femenino… Sin cargar las tintas, de forma absolutamente inesperada, sutil, poderosa. Magistral.   

Tras semejante maravilla, la segunda nouvelle de Natica Jackson, titulada A noventa minutos de aquí, aunque algo más sórdida ya de inicio, no resulta tan sorprendente ni, comprensiblemente, tan brillante. Aparecida por primera vez en 1963 —en el recopilatorio de cuentos The Hat on the Bed—, hurga en un submundo de bajos fondos, hampa, prostitución y malas compañías muy habitual en O’Hara, a los que une otro universo poco glamuroso —y eso antes de la llegada de la Fox, Cebrianes y Marhuendas, que si fuera ahora…— y bien conocido por el autor, como es el del periodismo. De hecho, es fácil sospechar que el protagonista de la historia, Harvey Hunt, tiene mucho que ver con el propio O’Hara.

Hunt, honesto pero algo estancado reportero de provincias se trasladará a Filadelfia obsesionado por una deslenguada y magnética prostituta que responde al nombre de Jean Latour. Allí se encontrará con un misterio por resolver —o varios— acerca de ella, pero también con un nuevo comienzo laboral, así como la posibilidad de una relación sentimental con la hija de un célebre periodista. Y es ahí donde el relato, como siempre ágil y eléctrico en las conversaciones que lo hacen avanzar, adolece de cierta dirección. Porque el «asunto Latour» parece perder interés para el propio O’Hara, que desplaza el peso de su historia hacia la propia prensa, —terreno en el que a uno no le importaría que se explayase aún más, lo que le apeteciera—. Y cuando éste regresa al primer plano, el desenlace está demasiado próximo, resultando, a mi juicio, convincente aunque algo atropellado.

Dos grandes relatos, pese a que el segundo quede un peldaño o dos por debajo del primero, a cargo de un auténtico maestro de la forma breve, aquí con algo más de espacio y tiempo para «sacarse de la chistera» excelentes personajes secundarios —por nombrar tan sólo un par, el matrimonio King en Natica Jackson, o Martha Swanson en A noventa minutos de aquí merecerían sus propios spin-offs—, explorar temáticas secundarias, particularmente cine y periodismo, de forma apasionante, junto con su desbordante talento para bordar diálogos que se «comen» el papel. Eso es lo que os vais encontrar en Natica Jackson. Casi nada. Nadie debería perderse a John O’Hara.