El concierto comenzó con una instrumental que dejó claro que lo que iba a acontecer en el Lara era algo muy especial. Violoncelo, teclados, guitarras, un tremendo set de percusiones con un baterista dedicadamente meticuloso. Los temas -la mayoría inéditos- se fueron sucediendo envolviendo a la audiencia en una especie de trance pesimista que de tan salvaje resulta hasta bello. Ahí radica la fascinación que produce Nacho Vegas, el artista, el escaparate de lo peor del ser humano. Clímax hubo varios pero quizás sobresalió la versión del Échame a mi la culpa de Albert Hammond, muy alejada de la alegría impostada con la que triunfitos rotos la interpretan a la primera de cambio en el deprimente Qué tiempo tan feliz -QTTF- de Telecinco (quién sabe si la elección de este tema no proviene de tardes infernales de visionado de tal programa televisivo en el marco de la espiral de mugre habitual en las letras del asturiano). El caso es que lo de esta canción fue solmemne, providencial, un in crescendo con un Nacho de voz desgañitada vestida solamente con su ukelele, y acompañada por una distorsión de guitarra dramática hasta el extremo y un final de percusiones regias y oscuras casi como de paso de semana santa. Otros de los grandes momentos vinieron con Todo o Nada, o con Matar vampiros y el bajón que produce esa visión demencial de la propia ciudad; y con Indefenso, una instrumental que conluyó el bloque articulado con imágenes del cronista de los bajos fondos británicos. Siete fueron los temas enlazados en el montaje con las pelis de Leigh, un experimento envolvente y absolutamente atmosférico que apuntala de pesimismo al más jovial, y que no recomiendo a ningún individuo tocado porque saldrá del recital hundido.
Con la extenuación producida por tantas emociones juntas, y tras un intermedio para aplausos y una sentida ovación, Nacho Vegas y la banda volvieron a la palestra, ya con más luz, a arrasar con » La gran broma final«, a cerrar con «Cómo hacer crac«, y a demostrar que los músicos allí reunidos son una panda de virtuosos capaces de dejar con el corazón en la garganta a la audiencia que abarrotaba el deslumbrante Teatro Lara. Siempre he sido de la opinión de que escuchar a Nacho Vegas es en realidad una actividad que insufla de positivismo y pone de buen humor: apaciguarse en sus tragos más amargos le hace a uno creer que su vida es dulce, muy dulce. Así se titula este espectáculo: la vida es dulce. Y la de Nacho Vegas y su papel de artista malabarista de la miseria es imprescindible en la nuestra, como impepinable es presenciar este ceremonial espectáculo. Nacho Vegas, en esta ocasión vía Mike Leigh, retrata la crudeza en que vivimos, en que nos hacen vivir, «this mess we’re in» que cantaban PJ y Thom. Un aullido desesperado en tiempos convulsos, una deliciosa y embriagadora exhibición de lo ponzoñoso de todo esto.
Foto: Jesús Castellanos (Kedin)
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