Arrancamos el año de lecturas con uno de nuestros autores más queridos —de lejos, el más reseñado en la sección—, el musicólogo Marcos Gendre que, de la mano de Lenoir ediciones, nos presenta este flamante Miles Davis. El Big Bang oceánico. Un ensayo «desencadenado», sin limitaciones, «panorámico», con una inusual profundidad de campo, dedicado a una de esas figuras totémicas, desbordante, y no del todo descifrable —es mejor así, let the mistery be—. Y esto lo afirma un tipo que de jazz no tiene ni «pajolera» idea —nunca lo ha entendido ni disfrutado, siendo sinceros—, pero que ha quedado aojado ante el reto propuesto por la pluma del escritor gallego.

Porque Gendre no sólo se ha embarcado en su obra más ambiciosa. Directamente se ha tirado, de cabeza, sin contemplaciones ni salvavidas a ese océano sónico que conforma la época más experimental del músico de Alton, Illinois. El planteamiento es, aparentemente, sencillo, diáfano desde su mismo subtitulo, Los años eléctricos y su eco en la época contemporánea: diseccionar los trabajos de Miles Davis publicados entre 1968 y 1975, con especial dedicación a ese celebrado trío de álbumes que son In a silent way, Bitches Brew y On the corner, para conectarlo con un sinfín —de verdad— de artistas y grupos, coetáneos, posteriores, o de primorosa actualidad. Un legado en forma de influencias e impactos interminable que habla por sí solo del papel fundamental en la historia de la música del icónico trompetista y compositor.

El Big Bang oceánico nos habla con desaforada pasión de los «hijos» musicales de Miles Davis, resultado de su obsesión rupturista, iconoclasta y empírica. Indiscutibles unos, debatibles otros, además de un puñado de «bastardos», también, el libro brilla cuando Gendre aparca estructuras canónicas del género —contexto y genésis del disco, análisis canción a canción, vuelta a empezar con el siguiente— y bucea en ese «juego», felizmente inacabable, de referencias, vínculos, afinidades y analogías entre surcos de vinilo. Del funk al hip-hop pasando por el krautrock y el post-punk. De Tim Buckley, George Clinton o Sly and the Family Stone a St. Vincent, Flying Lotus o Swans, pasando por A.R. Kane —como los quiere el autor— Radiohead o Brian Eno —brillante su disquisición sobre el contexto con el que escuchamos música—. Pero por estas páginas también desfilan nombres como Picasso o Goddard, así como diseñadores y artistas audiovisuales de toda índole. Porque, en definitiva, lo que nos está diciendo esta vehemente, incontenible obra es que el arte viene de algún sitio y se dirige hacia algún lugar, siempre fagocitándose, reinventándose y generando nuevos caminos. Y Miles Davis fue uno de sus más certeros catalizadores.     

Insisto en que un servidor no es el más indicado para posicionarse acerca de lo acertado o no de las radiografías sobre los trabajos de Davis o los parentescos musicales apuntados por Gendre. A fin de cuentas, el jazz puede acompañarme, pero no me llega. En cambio, El Big Bang oceánico sí lo hace. Y ello es debido a que, sin duda, estamos ante la consumación del Gendrismo. Un estilo y una idiosincrasia insobornable sublimada en este volumen. Prosa arrebatada, profusa documentación, e inquietud perenne para traducir al papel las sensaciones que una canción produce en el oyente. Buscar el magma y el tuétano detrás de los sonidos. Y, de este modo, proponer la recuperación de algo que tristemente, parece perdido entre tanto cinismo mediático, smartphones cancerígenos, subwoofers de coche taylorizados y tiendas de ropa atroces que escupen el siguiente hit programado. Hablar, polemizar, divagar, dispersarse, enmarañarse, perderse en ese bendito laberinto, ese océano, que debería ser la música. Invitar a escuchar, a escuchar y a escuchar. A aventurarse. Y a entusiasmarse por lo que se oye, tratando de enganchar, transmitir al otro al compartir esa emoción. Bravo por ello, Marcos. Con Miles Davis lo has logrado totalmente.