Los chavales y las pantallas
Sobre la culpa que siempre sienten los padres acerca de la educación de sus hijos gravita Megan, efectiva cinta de terror que parece un afortunado cruce entre Chucky (1988) y Terminator (1984). La historia comienza cuando una niña, Cady (Violet McGraw) pierde a sus padres y es acogida por su tía, Gemma (Allison Williams), una diseñadora de juguetes experta en robótica e inteligencia artificial que fabrica a la muñeca del título, una suerte de androide pensado para ser la compañera de juegos perfecta de cualquier niño.
Evidentemente, el espectador es capaz de adivinar que la cosa saldrá mal y que Megan acabará convirtiéndose en una amenaza asesina. Por eso sorprende que la primera parte de la cinta, dirigida por Gerard Johnstone, consiga mantener el interés mientras nos habla del remordimiento de los padres a descuidar a su criatura para dedicarle tiempo a su propia vida, por no mencionar la paranoia actual que tenemos por mantener a los niños apartados de las perniciosas pantallas -teléfonos, tablets, televisores, videojuegos, ordenadores, etc- cuando vivimos en un mundo hiperconectado.
La película juega también, de forma socarrona, con el miedo a cómo esas nuevas tecnologías han ido penetrando en nuestras vidas, controlando nuestros hogares, interfiriendo en nuestras conversaciones privadas, manteniéndonos enganchados a estímulos constantes. En su último tercio, el argumento de Megan -coescrito nada menos que por James Wan– enloquece para convertirse en un divertido carrusel de sustos y excesos sangrientos. Un buen entretenimiento para el fan del terror que, además, lanza varios dardos sobre la tecnificada sociedad en la que vivimos.
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