El autor más reseñado en esta libresca sección, el omnímodo musicólogo Marcos Gendre, regresa con su penúltima obra —siempre hay una postrera referencia aguardando cuando se trata de su hiperactiva pluma— bajo el brazo, Mánchester. El sonido de la ciudad, publicada por la editorial Milenio. Un «destino» musical que no debería necesitar demasiadas presentaciones, un lugar absolutamente capital para entender el mejor pop de los últimos cuarenta años, que el prolífico ensayista coruñés desmenuza con su proverbial y feliz incontinencia, tanto documentativa como verbal. Así que haced las maletas, nos vamos a la «Ciudad almacén»… No olvidéis el paraguas, claro. Let’s «Hit the North!»
Tras un extensísimo, ciertamente jugoso pero algo arbitrario, incluso egocéntrico —ojo, no son puyas, él mismo lo admite—, prólogo a cargo del inclito Santi Carrillo, director editorial de Rockdelux, Marcos Gendre se «zambulle», sin reservas ni cortapisas como es su «marca de fábrica», en los sonidos de Mánchester. Delimitado con coherencia ya mediante su subtítulo, De Joy Division a Madchester (1976-1991), Gendre circunscribe su relato a década y media —en realidad casi dos, ya que también incluye sustanciosas «pinceladas» hasta bien avanzada la década noventera— de inusitada efervescencia y feracidad musical en la urbe industrial por antonomasia. El pistoletazo de salida es de sobras conocido, el mítico —aunque demasiado socorrido— concierto de los Sex Pistols en el Free Trade Hall el 4 de junio de 1976. El bang final, nunca mejor dicho, con el primer cierre de La Haçienda a causa de la violencia registrada en la totémica sala de conciertos, cuando Mánchester se convirtió en «Gunchester», resulta una certera elección. Entre ambos acontecimientos, un inacabable reguero de canciones, discos y artistas eternos —y algún que otro hype mayúsculo, hola Stone Roses—.
Con su habitual combinación de sabiduría —erudición a base de estajanovismo, Marcos es de los pocos españoles, parece, que de verdad ha hecho sus «másters musicales»—, prosa inflamada y desbordante capacidad para la exploración ilimitada y las interconexiones —en ocasiones muy arriesgadas— no solo musicales sino interdisciplinares —desde la sátira de Frank Zappa al cine del granadino José Val del Omar pasando por los videoclips de Derek Jarman—, Mánchester. El sonido de la ciudad se constituye como un completo compendio a un «emplazamiento» improbable, urdido por la cabeza de Charles Dickens en sus días más sombríos que, sin embargo, gestó movimientos, bandas y locales indelebles. El coruñés tira de profusa documentación y fosterwallaceniana colección de citas pero, pese a que pisa terreno conocido —24 hour party people, Control, Simon Reynolds, Jon Savage, y la notable literatura existente acerca de varias de las bandas más icónicas que desfilan por estas páginas son documentación básica— su discurso es personal e intransferible. En definitiva, siempre hay algo a descubrir leyendo a Marcos Gendre.
Además de la idiosincrasia del autor y su enfoque, el libro tiene otras muchas virtudes a reivindicar. Por fin un libro en castellano hace justicia al genio corrosivo del malogrado Mark E. Smith y sus The Fall, los vitriólicos corredores de fondo de esta historia. Ídem para el «doctor punk» John Cooper Clarke, A Certain Ratio y —emoción— el reclusivo genio de Vini Reilly y sus Durutti Column. O para los que prefieran «gastar zapatilla», 808 State o A Guy Called Gerald. Pero, a mi juicio, todavía resulta más destacable y genuino su estupendo dibujo de la ciudad haciéndose canción, transformando «lo mancuniano» en post-punk «constrictor», jangle pop versión infinitamente lánguida y murria, o irredenta, inflamada y tormentosamente lacerada, para luego mutar en un tecno-pop «abraza-máquinas» cada vez más desvergonzado, y lanzado finalmente a un desbocado hedonismo funkoide rompepistas que precipitaría su abrupto canto del cisne. ¿Hubo una identidad común? El gran mérito de Gendre, es apuntar, a base de desgranar las carreras, transiciones y evoluciones del cuarteto de «actores principales», Joy Division, New Order, los Smiths y The Fall, junto a «robaescenas claves» como Stone Roses, Happy Mondays, Tony Wilson/Factory/Haçienda y un batallón de «ilustres secundarios» es que, sin duda, al menos existió una: la propia Mánchester. Ya fuera febril, plomiza, decadente, mortalmente deprimida por Thatcher, asfixiante, o raveosa y empastillada. Pero siempre Mánchester.
¿Demasiado New Order? ¿Exceso de fervor por Morrissey? Mientras pensaba en los posibles «debes» de Mánchester. El sonido de la ciudad me daba cuenta que el 99% no eran tales, sino simples «filias y fobias». Por ejemplo, personalmente, me faltan Electronic, no tanto por lo aportado musicalmente hablando, sino por el hecho histórico de ser un crossover entre dos de los mayores colosos —Bernard Sumner y Johnny Marr— mancunianos. O —servidor tiene que defender lo suyo— más C86, C87 y beyond, pese a que, siendo honestos, uno sabe que la primigenia escena DIY no puede en modo alguno adscribirse a una sola ciudad. Por tanto, más que de faltas, en realidad hablamos de preferencias, complementos o añadidos a sugerir o defender apasionadamente, demostrando no sólo la tesis defendida por Marcos Gendre, sino que la música surgida de Mánchester sigue, afortunadamente, muy viva.
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