Si la buena y sabia gente de Impedimenta te dice «lee esto», solo hay una opción: hacerlo. Sabes que van a acertar. Es el caso de Malaventura, el debut del granadino Fernando Navarro en el terreno literario. Una potentísima ¿colección de relatos?, ¿novela de fragmentos?, ¿romancero en prosa? ¿fantasía costumbrista? ¿surrealismo grit? ¿western aflamencado? Todo eso, y bastante más, en una obra rompedora, que nos lleva a un territorio familiarmente inexplorado: una Andalucía quimérica, indómita y feroz.
Nacido en 1980, el «granaíno» Fernando Navarro es un reputado guionista para cine y televisión que ha trabajado, entre otros, con cineastas como Álex de la Iglesia, Rodrigo Cortés, Paco Plaza, Kike Maillo, Jonás Trueba o Jaume Balagueró, con títulos destacados como Toro (2016), Verónica (2018), Matadero (2019) o Cosmética del enemigo (2020). Su labor le ha reportado dos nominaciones a los Premios Goya y a un Premio Feroz. Forma parte del Writers Guild of America y ha ejercido de profesor de Escritura Creativa en la Universidad de Siracusa y en Le Moyne College, ambos en Nueva York. Asimismo, ha colaborado con medios como Radio 3, Cadena SER, MondoSonoro o Letras Libres. Malaventura es su primera novela.
Aunque, como ya decía, no estamos ante una obra que pretenda adscribirse a ningún género. De hecho, esa desafiante estructura formal es precisamente uno de los focos de atracción más llamativos de Malaventura. Ciertamente, podríamos hablar de un volumen de catorce relatos. Pero como abnegado devoto de la forma breve, restringir al libro a una colección de historias es hacerle muy poca justicia. Lo creado por Navarro es, sin lugar a dudas, un «todo». Un artefacto narrativo que va más allá de ritmos, tonos y espacios. Es un universo literario completo donde se encuentran, sí, los gitanos de Lorca y el Meridiano de sangre de Cormac McCarthy. Aún más importante, es una cosmogonía propia… de «forajidos por soleás».
Porque, a renglón seguido, tenemos su estilo. El lenguaje de Malaventura es un hallazgo. Sus narradores nos hablan —a veces chamullan— de «gachís», «esmirriaos», «malajes», «zagales», «higochumbos», «jergones»… Tienen acento, -icos y -aos para aburrir. Fernando Navarro consigue que la cercanía de su prosa jamás suene forzada. Muy al contrario, resuena auténtica, rotunda oralidad. Algo que resulta un logro, teniendo en cuenta la virulencia y colorido legendario, de fábula oscura. Y entronca con su singular poética, casi musicalidad. El autor cita a Morente, Lagartija Nick, o cantaores arrebataos entre sus influencias. Si tiene sangre, aromas de reyerta y pulsiones desbocadas, tiene sentido. ¡Que alguien le pase ya el libro a Los Planetas!
El cine del oeste, los estertores de la era de los asaltacaminos y bandoleros. El mundo de la baja estofa y lo quinqui. O la referencia a «The night they drove old Dixie down», la canción que The Band convirtió en eterno acervo cultural USA —leed a Greil Marcus— en la última de las historias. Juntas, podrían brindarnos algo parecido a unas coordenadas espacio-temporales. En realidad, poco importa. En Malaventura, Fernando Navarro busca la universalidad por la vía de un realismo crudo embebido de mitología y aciago folclore. Brutalidad y embrujo entre la miseria y las condiciones de vida más extremas.
Así, en Malaventura conviven escasos héroes, múltiples villanos y todavía más «desgraciaicos». Historias, personajes, lugares y situaciones desesperadas. Pueblos malditos —esos niños ya añosos—. Pobreza abyecta. Desastres naturales. Linchamientos y matanzas. Videntes y hechiceras. Mercenarios. Demonios y fantasmas del pasado. Amores imposibles, condenados. La guardia civil, por supuesto. Hasta los cuervos y los «burricos» tienen mucho que decir sobre el destino de los hombres y mujeres que desfilan por estas páginas. Bienvenida sea la denominación de «surrealismo mágico cañí». O nuestro Sur, malsano, desalmado y obsesivo.
Y es que, como lector y humilde comentarista —siempre entusiasta, eso sí— de la llamada grit lit, estamos ante un primo suyo, muy cercano a nosotros. También, incluso más, del gótico sureño, cambiando las regiones del «Cinturón Bíblico» por desérticos poblados de la Andalucía oriental y los banjos por los palos más dolientes del flamenco. Los impulsos irracionales. La sensación de fatalismo impenitente. El romanticismo tenebroso. La violencia. Lo terrorífico, y lo grotesco están ahí. También los malhechores y pérfidos pecadores que ansían tan solo venganza. Dar, o hallar, muerte. En definitiva, Malaventura es un descubrimiento. Y un triunfo.
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