Cuál espeleólogos adentrándose en las cuevas más recónditas recuperando joyas perdidas, aquí está la editorial Sajalín de nuevo al rescate amigos. Su colección Al Margen sigue revelándose como una fuente inagotable de tesoros literarios, a los que el lector con mejor gusto afortunadamente esta respondiendo, como demuestra la 2ª edición de este Mal Dadas. La novela que nos ocupa, la única que nos dejó su olvidado autor James Ross junto a una retahíla de relatos —dos novelas más no encontraron nunca editor— es un texto áspero, “sórdido” en palabras del genial Raymond Chandler. Noir sureño de alto voltaje.
“Mi opinión personal es que la literatura realista debe ser todo lo realista posible” dice otra pluma notable del “género criminal”, George V. Higgins, en el epílogo del libro. Esa es la baza principal de Mal Dadas, la sensación de que todo lo que acontece, cada conversación que tiene lugar en el salón de carretera regentado por Smut Mulligan —buscad que significa el curioso sobrenombre del personaje— en las afueras del remoto pueblo de Corinth, Carolina del Norte, cada paso hacia el abismo es absoluta y crudamente creíble.
El trabajo de voces y ritmo de James Ross es simplemente soberbio. Tarda algo más de 100 páginas en hacer aparecer el detonante criminal, pero casi desde el principio, desde que el narrador Jack McDonald se cruza con Smut Mulligan, el lector sabe que sus caminos van a unirse y, con ellos, los problemas. Ross desarrolla una atmósfera de cotidianidad con los múltiples personajes que se convierten en clientes del salón, sus diálogos, con un lenguaje inusualmente directo para la época —la novela fue publicada en 1940—, manías y adicciones, salpicada de amenaza. La tensión está presente, la sordidez latente. La violencia a la vuelta de la esquina. Pero Corinth sigue dando la impresión de avanzar a su propia, parsimoniosa velocidad.
Además, Mal Dadas es claramente transgresora al subrayar con insultante claridad la amoralidad generalizada. La corrupción asola todos los estamentos de la pirámide. El triunvirato universal, dinero, poder, sexo campa a sus anchas como las auténticas motivaciones del pueblo de Corinth, en toda una trama de presiones –McDonald se ve “abocado” al crimen a causa de sus deudas, Mulligan cree encontrar a en el crimen la solución a sus acuciantes problemas económicos- chanchullos, sobornos, “ayudas” interesadas, etc, que alcanza tanto a las personas más adineradas como a sus esbirros, y tanto al poder ejecutivo —ese sheriff Pemberton en busca de aguardiente de maíz no tiene desperdicio— como al judicial. Todos saben lo que pasa en las cabañas a un dólar y que se puede comprar en el salón… Hasta el polvo del camino es avariento y mezquino en este retrato de la América profunda en tiempos de la Gran Depresión.
Gracias a la cuidada elaboración previa y a la profusión de personajes, Ross logra que la precipitación y el posterior desenlace de Mal Dadas llegue con naturalidad y total verosimilitud. De hecho, ya había conseguido alcanzar un clímax previo en la novela cuando la imposible, condenada de antemano, asociación entre McDonald y Mulligan se rompe. Mantener la convivencia y la extremadamente frágil confianza entre ambos se convierte en una quimera, añadiendo otro elemento, definitivo, para la resolución del libro: el instinto de supervivencia contra la necesidad de eliminar al peor, más peligroso rival.
Relato seco, sin concesiones, oscuro. En definitiva, omagnífico —no solo lo digo yo, sino que me estoy apropiando del calificativo que uso la inigualable Flannery O’Connor para definirlo, siendo su principal valedora para que el libro viera la luz— rescate de Sajalín. Otro más.
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