Chasco. No puede calificarse de otra forma la lectura de este esperado Los Jardines de la Disidencia. Jonathan Lethem siempre ha sido un autor de apuestas arriesgadas y muy diversas, desde el tour de force de la magnífica La Fortaleza de la Soledad -su mejor obra- pasando por la ciencia ficción o la literatura de género policíaco —la también muy recomendable Huérfanos de Brooklyn—. Pero en esta ocasión, el norteamericano ha querido rizar el rizo, y el exceso de ambición le ha jugado una mala pasada. Nos explicamos.

No es la primera vez, pero tras veinte años de carrera, Lethem ha buceado en su historia familiar como nunca antes. Y apoyado en el compromiso político de su abuela ha pergeñado una novela, su décimo trabajo, que es una mezcolanza de géneros, estilos, y voces muy particular. El neo­yor­quino arma diversos relatos a base de saltos temporales y discontinuidad en las voces. El objetivo es trazar la historia de Estados Unidos en el siglo XX y estos primeros años del XXI —de los años 30 a nuestra época—. Pero el resultado es confuso y, a veces, caótico.

El eje de Los Jardines de la Disidencia es doble. Por un lado, la política. Por el otro, un personaje central, digamos la cabeza de familia, Rose Zimmer, cuya vida entregada, luego arruinada por la causa comunista, marca decisivamente a las posteriores generaciones. A partir de ella, su hija, nietos, hijos de amantes, etc… desfilan infinidad de momentos político-sociales relevantes, así como temas de fondo, por las páginas del libro. Racismo y papel de la mujer, sexualidad, cultura hippie, los movimientos contraculturales, la canción protesta, el desastre Reagan y el neoconservadurismo hasta el Occupy Wall Street. El problema es que Lethem no tiene mesura, y el equilibrio de la novela se desmorona.

Además, con tantos focos de interés en los que anclar el relato, cuando el autor intenta detallarnos la evolución de sus personajes resulta forzado. Mientras Rose, alias la «Reina Roja de Sunnyside», sí es una creación elaborada y con enjundia —menudo carácter—, en cambio su hija Miriam es apenas un boceto: de joven rebelde, impulsiva y sexual a hippie del Greenwich Village en los tiempos de Dylan a defensora de la causa sandinista en Nicaragua. Tampoco Cicero, el tercer eslabón de la cadena, supera la impresión de ser poco más que un perfil. Desgraciadamente, mientras más avanza temporalmente la obra, mayor es la sensación de este trazo grueso. Por ejemplo, Occupy Wall Street recibe un trato “buenista” algo sonrojante.

A Lethem hay que valorarle el atrevimiento y la ambición de enfrascarse en la indómita tarea de sostener una novela intelectual-histórica con una trama familiar de aúpa. La Gran Novela Americana pasada por el tamiz de las ideas y luchas progresistas, algo que lo emparenta con otro grande de las letras estadounidenses como Philip Roth —su trilogía política Me Casé con un Comunista, Pastoral Americana y La Conjura Contra América es, a mi juicio, más certera—. Ideas y construcciones mentales, ideológicas, que sutilmente evolucionan desde el dogmatismo férreo -de partido- a una transformación más práctica, pero también más individual y revolucionaria que me parece mucho más sólida y verosímil que los personajes en sí. Lo mismo se puede decir de los paralelismos que se dibujan sobre las épocas, varios de ellos sustanciosos y estimulantes para un lector interesado por la política. Pero no creo que sea suficiente. Fábula de loables y altos vuelos, pero fábula fallida.